Troye Sivan y Charli XCX, modelos de este año. Foto: Henry Redcliffe
Troye Sivan y Charli XCX, modelos de este año. Foto: Henry Redcliffe

Festival

Primavera Sound (5 de junio /y 2): ritmo(s) de la noche

El verano infinito de “brat” continúa y atrajo hacia Mordor a la mayoría del público para ver a Charli XCX y Troye Sivan en un show más complementario que unívoco. Pero el tramo noctívago de la primera jornada grande de Primavera Sound permitió rencuentros con extra de significación –Armand Van Helden, The Sabres Of Paradise y Spiritualized–, ofreció una poliédrica visión de la noche neoyorquina gracias a Been Stellar y The Dare, confirmó la singularidad de algunos actores de nuestra escena –Dame Area y John Talabot– e incluso reservó espacio a los headbangers durante la misa speed metal de Midnight, además de ratificar el carácter sinestésico de la música de Djrum.

Armand Van Helden

El cierre del escenario Cupra en el Primavera Sound suele ser un asunto mayor, alternativo, de relativa actualidad o interesante para la construcción de una cierta euforia “primaveral” que relate la historia colectiva del festival. Y que lo tomara Armand Van Helden en la primera jornada de esta edición al mismo tiempo rompía un poco esa dinámica como servía para empezar a abrir aún más el espectro reivindicativo hacia una zona, simplemente, más divertida. Y no está mal: que el estadounidense terminara siendo –junto a Eric Prydz, por ejemplo, y sin tener entre ellos mucho que ver– uno de los culpables de la explosión malentendida de la EDM en la transición a los 2010 no quita para que su legado sea en cierto modo inmortal. Nunca fue el mejor DJ, pero su formación en el mundo de la mixtape hip hop y el megamix lo convirtieron en un estupendo transmisor de la herencia house neoyorquina en conversación con las nuevas tendencias británicas y el eurodance. Y hoy, más de veinte años después, su retorno a los ruedos electrónicos sirve exactamente para poner todo ese acervo en conocimiento de una nueva generación, ávida de hedonismo y cansada de preguntas sin respuesta: su funcionalidad y su naturaleza poco efectista –ya se expresan por él los leitmotivs houseros que dispara como mantras– son el vehículo perfecto para comunicar la alegría despreocupada de vivir que acompaña al “Call On Me” de Eric Prydz y entrelazarla con la negritud soul de Chicago y ese enfoque brillante y loopeado de Daft Punk. Si sus set son predecibles, también son igualmente –por momentos incluso incomprensiblemente– disfrutables, y cuando suena “I Want Your Soul” no queda más que rendirse a uno de los clásicos más indiscutibles de la historia bailada del club. Y bailar. Que de momento es gratis. Diego Rubio

Armand Van Helden: baile con él. Foto: Òscar Giralt
Armand Van Helden: baile con él. Foto: Òscar Giralt

Been Stellar

El último disco del grupo norteamericano se llama “Scream From New York, NY” (2024), título que contiene dos absolutas verdades, como comprobamos en el escenario Trainline. El cantante grungero de pelo-pemanente-sobre-la-cara Sam Slocum, que mantuvo un romance con el poste del micro, gritó con emoción en piezas como “Sweet”. Y, por otro lado, muy neoyorquina es la temática de “Manhattan Youth” y “Kids 1995”, curiosamente sus dos canciones más bailables, en el estilo post-punk revival de hace dos décadas. Por lo demás intenso y sobrio, el rock alternativo noventero de la banda, si bien interpretado con gran profesionalidad, es relativamente monocromo en sus dramáticas dinámicas de calma-ruido, aunque el ruidismo guitarril casi shoegaze (“Pumpkin”, o la acertadísima clausura épica con “I Have The Answer”) sumó puntos de creatividad y también entró bien un segmento más airoso con la acústica en “Takedown”. Xavier Gaillard

Been Stellar: New York city boys. Foto: Óscar García
Been Stellar: New York city boys. Foto: Óscar García

Charli XCX & Troye Sivan

Charli XCX le saca un par de años a Troye Sivan (ayer cumplía 30) y cuenta con una carrera mucho más prolija, pero anoche, en su sensual y exuberante despliegue conjunto (por algo el espectáculo se llama “SWEAT”), podía dar la engañosa impresión de que fuera al revés: lo de él era como el lúbrico prolegómeno en forma de cortejo (pese al obvio guiño fálico al micro sostenido por un bailarín), lo de ella como un urgente aquí-te-pillo-aquí-te-mato; lo de él sugería más matices, lo de ella era una colección de directos a la mandíbula; él parecía dominar los tiempos y desvelar más influjos soterrados, ella aparentaba dominar menos de una baraja de registros, sometida a una sobrexcitación que ni Leticia Sabater en el Día del Orgullo Gay. Él apenas se apartaba del micro; ella no tuvo reparo. Como si él fuera la estrella madura instalada hace tiempo en la cima y ella fuera la aspirante. Todo apariencia, desde luego, porque ese inconmensurable muestrario de golosinas hyperpop que es “brat” (2024), que mañana cumple un año, emite tal reguero de guiños a la cultura de club y al devenir de la electrónica brit de las últimas dos décadas que, por comparación, lo de Sivan puede ser acogido como un más limitado manual de modismos R&B y electropop. El de ella es un disco tan enorme que no precisa manual de instrucciones sobre un escenario. En todo caso, estuvieron imponentes ambos sobre el Estrella Damm, alternándose por ternas de canciones (solo compartieron micro en “1999” y “Talk Talk”). Ella sacó un enorme partido a la infatigable cámara de mano que la perseguía por todo el escenario: bendita sea con la gente que había y lo complicado que era atisbar la tarima. Él se hizo acompañar de un fabuloso despliegue coreográfico. Ambos tienen en común ser astros de belleza poco normativa, porque físicamente son mucho menos perfectos que su apolíneo cuerpo de baile. Y también comparten el brindar dos hits escasamente representativos, otro signo de esta época: “I Love It” de Icona Pop de ella y “Rush” de él, que rescataron ya al final tras probar que no se las piden con demasiado ahínco y que tampoco necesitan ser rehenes de sus respectivos dos últimos álbumes. Troye repetía escenario respecto al año pasado, pero Charli lo conquistaba por vez primera –también estuvo en la edición pasada– como reclamo principal, tiñendo el recinto de camisetas verdes y demostrando que el año transcurrido ha sido su gran explosión de popularidad. La mezcla entre ambos –con cameo sorpresa: Chappell Roan bailando durante “Apple”– resulta y es complementaria al tiempo que refleja algunos puntos en común. Yo no recordaba Mordor tan abarrotado desde Radiohead hace nueve años. Carlos Pérez de Ziriza

Charli XCX & Troye Sivan: juegos reunidos. Foto: Henry Redcliffe
Charli XCX & Troye Sivan: juegos reunidos. Foto: Henry Redcliffe

Dame Area

Recuerdos del Vietnam que fue su actuación en la apoteosis del último Canela Party, la presentación de Dame Area en la maleante madrugada del escenario Trainline fue, básicamente, todo lo contrario: un despliegue de fuerza y reivindicación, de sonido oscuro y contundente, de reverberación industrial. El dúo formado por el catalán Viktor Lux Crux y la italiana Silvia Konstance arrolló a una audiencia modesta pero fiel, y capturó a los curiosos con una amalgama que parte del punk enérgico y bailable pero que realmente tiene mucho más que ver, en el alma, desde el tuétano, con la rave italiana y la vanguardia experimental. Lo mejor de todo: un setlist sorprendente que mutó para la ocasión hacia una zona extrañamente festiva dentro de su marca intensa, desesperada y opresiva, y que dejó grandísimos momentos en las interpretaciones, prácticamente seguidas y adheridas por una plancha de ruido, de “Devoción” y “Tempo senza luce”. Dame más como estos, por favor. Diego Rubio

Dame Area: esa pareja mutante. Foto: Óscar García
Dame Area: esa pareja mutante. Foto: Óscar García

Denzel Curry

Suele pasar que los conciertos de rap en las horas más críticas del Primavera Sound –la actuación de Denzel Curry coincidía con el estallido final de “día brat”, que arrastró prácticamente a todo el público del festival– acaban, por lo que sea, mal, pero no fue el caso del norteamericano –y de su nada desdeñable pinchadiscos–. Su actuación en el escenario Cupra fue enérgica pero a la vez controlada, marcada por la entrega y un gran sonido que llegó a acongojar en los momentos más tenebristas y distorsionados –“Got Me Geeked”, “ULT”– y que sirvió para recordar gran parte de los hilos de los que ha tirado el rap en los últimos años para evolucionar: hubo homenajes al phonk –uno de los géneros en los que este año el Primavera ha puesto el foco de la reivindicación–, flexeo, comentarios políticos, sintetizadores loquísimos y una visión de las direcciones futuras sin renunciar a las fórmulas del pasado. Lo que se espera de un personaje a la altura de Curry, vaya. Diego Rubio

Denzel Curry: todo muy loco. Foto: Òscar Giralt
Denzel Curry: todo muy loco. Foto: Òscar Giralt

Djrum

Djrum ofreció un set íntimo y atmosférico desde el escenario The Levi’s Warehouse, uno de los espacios más sugerentes del festival, ideal para su propuesta sutil y emocional. Su directo se ancló en el espíritu de su último trabajo, “Under Tangled Silence” (2025). Sobre un fondo de electrónica ambiental y minimalismo emocional, dejó que el piano guiara la narrativa: notas suspendidas, delicadas, como gotas sobre un cuerpo húmedo. Su música es como una presencia dentro del cuerpo, ese espacio donde la emoción se convierte en textura. En directo, reinterpretó el álbum con una sensibilidad casi cinematográfica, construyendo una atmósfera cercana al tacto, al olor de la tierra mojada, al temblor de la piel tocada con cuidado. Un set que fue más experiencia física que sesión electrónica. Laia Marsal

Djrum: viaje ambiental. Foto: Rosario López
Djrum: viaje ambiental. Foto: Rosario López

Jamie xx

Siempre que veo a Jamie xx solo sobre el escenario llego a la misma conclusión: su eficacia depende de tu estado de ánimo, tus ganas de baile, el tute físico y mental que lleves encima. Fue el primero de The xx en desenfundar discografía de fuste –“In Colour”, su álbum de debut hace diez años, sigue siendo un hito difícil de igualar–, pero no cuenta con el magnetismo personal ni la presencia ni la voz (obviamente) de Romy Madley-Croft ni de Oliver Sim. Las suyas son sesiones solventes pero con algunos tramos oscuros, algo zapatilleros, que me resultan como facturadas en piloto automático y deslucen (algo) el cromatismo de sus dos discos. Y sin invitados, claro. Anoche no fue una excepción, porque lo mejor fueron el inicio y el final. El tramo intermedio de su hora y media se me hizo bola. No lo sentirían así quienes estaban situados cerca del estrado, pero a mí me pilló algo lejos de él porque el trasvase de público entre los dos principales, el Estrella Damm y el Revolut, donde pinchó, demanda que seas un experimentado highlander (o un pionero en la esotérica ciencia de atravesar cuerpos: hay quien lo intenta) para poder ver allí un par de bolos seguidos en las primeras filas, y uno ha perdido la memoria de los festivales que lleva en la mochila, pero tampoco le da para tanto. Fue la del productor británico una descarga de electrónica expansiva con los lógicos picoteos en lo mejor de su temario (“Gosh”, “Treat Each Other Right”, “All You Children”) y curiosidades como enlazar la aún imbatible “Loud Places” con “Ritmo de la noche” de Mystic. Que los noventa siguen siendo una mina. Sin sorpresas para quien ya le haya catado. Carlos Pérez de Ziriza

Jamie xx: discoteca para todes. Foto: Marina Tomàs
Jamie xx: discoteca para todes. Foto: Marina Tomàs

John Talabot B2B DJ Justin

John Talabot y DJ Justin convirtieron su B2B en el escenario Plenitude en una experiencia multisensorial que fue más allá de la música. Mientras tejían un set oscuro, profundo y preciso, las proyecciones creaban una narrativa visual cargada de simbolismo: imágenes que recordaban a “El show de Truman” (Peter Weir, 1998), a un mundo vigilado y artificial, representadas como si fuera paisajes que nos recordaba el surrealismo de Magritte. Ojos flotantes, cielos encerrados, cuerpos disueltos. Todo apuntaba hacia una crítica clara a la destrucción de la naturaleza y la desconexión del ser humano con su esencia más pura. La electrónica aquí no fue solo ritmo, fue discurso. Un set que nos enfrentó a la belleza, al daño, y al abismo entre ambos. Laia Marsal

John Talabot B2B DJ Justin: abismo y belleza. Foto: Rosario López
John Talabot B2B DJ Justin: abismo y belleza. Foto: Rosario López

Midnight

La inicial “Satanic Royalty” y la final “Unholy And Rotten” fueron dos de las pocas piezas de tempo medio que ofreció el power trio enmascarado de Cleveland: enmarcaron una paliza –sin ornamentos y prácticamente sin tregua– de acuchillador speed metal oscurecido; una sudorosa invocación a los espíritus de Venom, Warfare y Motörhead (quienes, recordemos, se pasaron por el Primavera Sound en 2006). Athenar, el líder, no paró de brincar de un extremo al otro del Trainline sacudiendo su bajo, gesticulando con la mano y declarando a gritos lo animalesco de la música; el Comandante Vanik repartió con técnica precisión un vendaval de riffs y solos; y entre el público subsistió durante todo el bolo un pogo fragmentado y decadente que reflejaba a la perfección la música. Sí, muchas de las canciones suenan igual, pero con trallazos como “Fucking Speed And Darkness”, “Nuclear Savior” o “Expect Total Hell”, que clavaron en directo, absurdo sería quejarse. Xavier Gaillard

Midnight: atraco speed metal. Foto: Òscar Giralt
Midnight: atraco speed metal. Foto: Òscar Giralt

Parcels

Sí, Parcels es una fiesta disco-funk de regusto setentero. Y por supuesto que hits como “Overnight”, “Tieduprightnow” o “Lightenup” y ese implacable groove, más guitarrero que percusivo, encendieron el escenario Amazon desde los primeros segundos. Pero su amalgama disco-pop se desencadena mejor en el directo, con vuelos de psicodelia, funk devenido en filo house (“LordHenessy”), soul que desemboca en jazz y viceversa, aires californianos con explosiones progresivas, Emerson, Lake & Palmer colisionando con Earth, Wind & Fire. Con sus figuras recortadas frente a los rojos, lilas y naranjas de las pantallas, casi transportaban a un atardecer en la playa, enhebrando armonías vocales a lo Brian Wilson (“Leaveyourlove”), para entonces remontar en jam (“Everyroad”) hasta la euforia de “Iknowhowifeel” y Yougotmyfeeling”. Susana Funes

Parcels: disco-funk de regusto setentero. Foto: Eric Pàmies
Parcels: disco-funk de regusto setentero. Foto: Eric Pàmies

Spiritualized

Jason Pierce fue fiel a su cita con Primavera Sound, festival en el que ha planteado a lo largo de los años conciertos desde el intimismo acústico hasta la exaltación con orquesta y coros. Pierce vino en esta ocasión para interpretar íntegramente el segundo álbum en estudio de Spiritualized, “Pure Phase” (1995), de hecho acreditado a Spiritualized Electric Mainline. Es sin duda una de las obras que mejor representa el ideario de rock y pop repleto de capas de psicodelia embriagadora y orfebrería en la grabación. Teniendo en cuenta los matices sonoros del original, con sección de vientos y cuarteto de cuerda, Pierce no podía presentarse en el festival con una formación mínima. Por eso el escenario Cupra presentó las mejores galas de la banda, con Pierce inamovible con su guitarra eléctrica, siempre de perfil al público, más otros dos guitarristas –uno de ellos tocó también armónica y banjo–, un bajista, un teclista, un batería, una violinista, una violonchelista, un saxo y flauta, un trompetista, un trombonista y dos vocalistas. La ejecución resultó perfecta y milimétrica, atendiendo a todas las gradaciones del disco; una muralla psicodélica agujereada con las suficientes y pequeñas grietas para que se colaran mil y un matices distintos, de la trepanación de sonido a lo Mogwai y My Bloody Valentine, pero con otro tipo de cadencia, hasta la delicadeza de carácter espacial. Abrieron por supuesto con “Medication”. La armónica le otorgó todo su sentido a “These Blues”, como los coros pop a “Let It Flow”. De nuevo la armónica, complementada con flauta y trombón, llevó el sonido de Spiritualized por otros derroteros en “Take Good Care Of It”. Hasta ese momento, los músicos habían estado enmarcados en un halo de luz verde con ligeras explosiones de luz blanca. Cuando tocaron su versión de “Born, Never Asked”, procedente del debut de Laurie Anderson, “Big Science” (1982), el escenario se tiñó de rojo acorde con el frenesí hipnótico que respira la pieza en manos de Pierce, que elimina la narración vocal de Anderson para centrarse en la fascinante métrica. Como ocurre en el disco, el tema de Laurie fue en directo el preludio para “Electric Mainline” y su crescendo brutal, notas que se repiten cada vez con mayor intensidad como un auténtico movimiento sísmico. Lo mismo que en “Good Times”, pero la aceleración final de esta canción resultó una mezcla de góspel, soul y ácido. El tema cósmico más planeador, el que da título al disco, fue tan solo enunciado, para entrar en la calma reflexiva y la voz lejana como un susurro de Pierce en “Spread Your Wings”, casi una balada teen con fondo psicodélico y orquestal, y cerrar con los sintetizadores siderales, el banjo bucólico y la voz de Pierce que se va diluyendo en “Feel Like Goin’ Home”. Había más conciertos en el Parc del Fòrum, pero apetecía volver a casa después de tamaña irradiación del mejor space rock de las tres últimas décadas. Quim Casas

Spiritualized: capitán Jason Pierce en el espacio. Foto: Gisela Jané
Spiritualized: capitán Jason Pierce en el espacio. Foto: Gisela Jané

The Dare

The Dare electrificó el escenario Schwarzkopf con un directo que trasladó a la audiencia a los clubes neoyorquinos de principios de los 2000. Harrison Patrick Smith, al frente, desplegó una energía cruda y auténtica, combinando su voz entre irónica y desafiante con una banda que recuperaba el electroclash más sucio y rebelde. Canciones como “Girls” sonaron como himnos de una generación que añora épocas de desenfreno, con sintetizadores afilados y ritmos cortantes que hicieron vibrar a todos. Cogía el plato al aire, lo lanzaba como si no importara, como si el caos fuera parte del show. Una caída de gafas, resuelta con el mismo charme borracho con el que se despide sin decir adiós. Fue un directo que olía a sudor, cigarro y madrugada rota. Nos regaló una descarga nostálgica y rebelde, devolviendo el descaro a un sonido que parecía enterrado. The Dare no solo tocó: escupió verdad, con esa arrogancia sucia de quien sabe que la fiesta, si no duele un poco, no vale la pena. Laia Marsal

The Dare: rebelde con causa. Foto: Rosario López
The Dare: rebelde con causa. Foto: Rosario López

The Sabres Of Paradise

Acompañados por Richard Thair, Phil Mossman y Nick Abnett –en su currículum trabajos con LCD Soundsystem, Primal Scream, Death In Vegas…–, Jagz Kooner y Gary Burns devolvieron a la vida a The Sabres Of Paradise para repasar su trayectoria en el 30º aniversario de “Sabresonic II”, pero sobre todo para rendir homenaje al legendario Andrew Weatherall, fallecido en 2020, y a su legado como músico fundamental en la encrucijada entre el acid house, la música progresiva, el rock, la rave y el dub que tan fundamental ha sido para el devenir de la música electrónica contemporánea. Empezaron en clave más ambiental, y se adentraron poco a poco y con elegancia en territorios más jazz, más orgánicos, poniendo en valor la enorme deuda de su estilo con la música instrumental. Pero para el clímax se reservaron una incursión en las hondonadas del dub a través de una reconstrucción viva de los mejores temas de “Haunted Dancehall” (1994), recordando a los proyectos recientes de Shackleton, y una coda progresiva que los elevó por un momento, en plena madrugada y en el escenario Schwarzkopf, a las alturas meditativas pero emocionales de Orbital o The Orb. A los maestros hay que respetarlos, y estudiarlos. Diego Rubio

The Sabres Of Paradise: un respeto. Foto: Òscar Giralt
The Sabres Of Paradise: un respeto. Foto: Òscar Giralt
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