Kurt Wagner de Lambchop tiene un plan. Foto: Óscar García
Kurt Wagner de Lambchop tiene un plan. Foto: Óscar García

Festival

Primavera Sound (30 de mayo /1): todo parece posible

La primera de las tres jornadas grandes de Primavera Sound en el Parc del Fòrum –en su turno vespertino– fue fiel reflejo del espíritu de un festival en el que puede suceder prácticamente de todo. Aproximaciones heterodoxas al legado eterno del flamenco, descargas de punk rock embrutecido, rencuentros con algunas claves de bóveda del rap contemporáneo, reencarnaciones orquestales de obras cumbre de la electrónica de principios de siglo o un agradecido pase de revista a algunas de las propuestas más estimulantes del pop español de aquí y de ahora.

Amaarae

La artista estadounidense ofreció lo demandado por un festival cuando el sol ya ha tomado refugio. Propuestas que resultan especialmente estimulantes entre el segmento más juvenil. Su africanidad –heredada; su familia procede de Ghana– se filtra en un pop crujiente y en un R&B atravesado por los afrobeats, el rap y hasta el bedroom pop. Acompañada por guitarra eléctrica –con alguna deferencia a la española–, batería y coros pregrabados, la artista del Bronx mostró en el escenario Amazon Music desparpajo y fluidez. Especialmente a la hora de trenzar complicidades con su público. Las desbordó cuando invitó a tres voluntarios a subir al escenario para protagonizar un tierno concurso de baile. Las mismas sonrisas que dibujó en los elegidos por ese instante de gloria se propagaron entre un público suscrito a ese pop familiar –no anda lejos de Kelela, Sudan Archives o Tierra Whack– que, a su vez, actúa como avanzadilla del sonido por llegar. Marc Muñoz

Amaarae: bulliciosa y crujiente. Foto: Christian Bertrand
Amaarae: bulliciosa y crujiente. Foto: Christian Bertrand

Amyl And The Sniffers

El multitudinario concierto de la banda australiana en el escenario Santander –quizá el primero masivo del jueves– empezó con una proclama política serena pero inusual: “Tengo una voz que se escucha y la alzaré para la gente de Palestina” fue lo primero que dijo Amy Taylor. ¿He dicho “masivo”? Partiendo de un ADN de puro club punk aussie y credenciales con pub rock –Radio Birdman, Eddie & The Hot Rods–, tienen un puñado de temazos que funcionan de maravilla en estadios. La clave: la hiperactividad de Taylor –a medio camino entre el Iggy Pop más físico y el Mick Jagger más picarón– y la efectiva simplicidad expansiva de bajo, guitarra y batería a degüello, aplicada con sobriedad. Son una banda que sobre todo sabe qué espacios dejar en blanco. Sonaron todos los hits de la casa, claro, y fue muy aplaudido su nuevo single, el gozoso “U Should Not Be Doing That”, que los acerca al terreno del hip hop guitarrero a lo Run DMC. Ricard Martín

Amyl And The Sniffers y su lengua afilada. Foto: Marina Tomàs
Amyl And The Sniffers y su lengua afilada. Foto: Marina Tomàs

Ángeles, Víctor, Gloria y Javier

Tras años de hermetismo, el flamenco ha visto florecer en este milenio múltiples proyectos para encajarlo en el presente. Especialmente interesante es el de estos cuatro músicos, que gira en torno a la voz de Ángeles Toledano, con andamios electrónicos que pueden ir desde las convulsiones monolíticas tipo Arca hasta arreglos con capas de teclados a lo Vangelis. Pero el gran mérito de “Tengo tres estrellas y veinte cruces” (2023) es que reproduce de manera insólita –flamenco sin guitarras– los sentimientos esenciales del género, haciéndolos llegar en un formato digerible y actual para no iniciados. Todo gracias a la pureza vocal de Ángeles, y a la sabiduría de Víctor (Rufus T. Firefly) y Javi (The Low Flying Panic Attack) con su fórmula secreta para trasladar lo jondo a los sintetizadores. La larga ovación final de un público de pie entregado en el Auditori Rockdelux fue el premio. Espectacular. David S. Mordoh

Ángeles, Víctor, Gloria y Javier: otro flamenco. Foto: Òscar Giralt
Ángeles, Víctor, Gloria y Javier: otro flamenco. Foto: Òscar Giralt

Arab Strap

Cuando Aidan Moffat canta “I don’t give a fuck about the past” no lo dice por decir. Esas primeras palabras de “The Turning Of Our Bones” –primer tema de su disco de reunión “As Days Get Dark” (2021)– fueron las más reconocibles de un concierto en el que no hubo lugar para la nostalgia: ni un tema –al menos servidor no reconoció ninguno– de “Mad For Sadness” (1999), “Elephant Shoe” (1999) o “The Red Thread” (2001). La voz susurrante de Moffat –a mi lado alguien dijo que era igual que Orson Welles después de un día en la playa– sonó más nítida de lo que cabía esperar y el grupo –con Malcolm Middleton a la guitarra, más batería, bajo y segundo guitarrista-teclado– lo acompañó con sobriedad, sin alardes ni salidas de tono. Arab Strap siguen siendo los mismos que hace 25 años. Y si duraran 25 más no sonarían muy distintos a como lo hicieron el jueves bajo el tórrido sol de mayo en el Fórum en el escenario Cupra. Carles Novellas

Arab Strap: pletórico Aidan Moffat. Foto: Rosario López
Arab Strap: pletórico Aidan Moffat. Foto: Rosario López

billy woods

Empezó muy fuerte billy woods. Y no solo musicalmente, con ese preludio metalero a cargo de DJ Haram que ya advertía que a partir de las 21:55 no se tomarían prisioneros en el escenario Plenitude. El rapero no tardó ni cinco minutos en marcar terreno con una frase que queda ya para la historia del festival. Tras ensalzar lo bello de la ubicación, del mar Mediterráneo, va y suelta: “How many slaves you send from there?”. Carcajada y un mordaz “you got quiet” como remate. Detrás de él, visuales con imágenes de archivo de vidas afroamericanas pasadas, un blanco y negro en bucle, borroso y caótico. Dos intertítulos fueron apareciendo de vez en cuando, “EUROPE IS IN THE OUTSKIRTS” y “EUROPE IS NOT MY CENTRE”. El mensaje, debidamente crudo desde el inicio y hasta el final. Ante el racismo sistémico, los vestigios colonialistas, las desigualdades sociales y un largo etcétera de eternas disfunciones globales, el fundador de Backwoodz Studioz viene a intentar crear comunidad mediante el choque, a retratar las cosas tal y como son, a aclararlas con bases ruidistas, pasajes hard rock y reverberaciones abisales. En el público, una quietud muy física, desbordante en su contención, todo cuerpos agarrados y cabezas agitadas, literal y metafóricamente. Encima de las tablas, Elucid salió para completar la puesta en escena del mejor dúo de hip hop del momento, Armand Hammer (presentes en el Primavera a la Ciutat el pasado martes), mientras las bases de tótems como The Alchemist o Kenny Segal se sucedían para dar reposos californianos o suscitar otras vertientes –se llevó “Houthi” a una fascinante exploración trap pasada por el túrmix de JPEGMAFIA–. Al final, que el mejor año de billy woods –lo dijo él mismo, haciendo referencia a su glorioso 2023– desemboque en verle irse del escenario llevándose al hombro una mochila gris de oficinista tiene algo de lógico y mucho de simbólico: el rapero backpacker de hoy –porque, de algún modo, eso es lo que es billy woods, entre muchas otras cosas– hace música de tono oscuro porque los tiempos lo son. Pero en su confrontación se percibe una voluntad esperanzadora. ¿Qué hacía, si no, enfrente del Mediterráneo? Anton Casas

billy woods: el medio y el mensaje. Foto: Rosario López
billy woods: el medio y el mensaje. Foto: Rosario López

Blonde Redhead

Los gemelos Amedeo y Simon Pace salieron a escena en el escenario Cupra vestidos casi completamente de negro. En cambio Kasu Makino salió de blanco con una kufiya al cuello. Abrieron el concierto con “Falling Man” y esa oscuridad romántica –propia de las composiciones de la banda– que se extendió a las baladas new wave que vinieron a continuación, “Dr. Stangeluv”, una “Spring” más minimalista y “Elephant Woman”. Continuaron con “Snowman”, el primer corte de su todavía reciente “Sit Down For Dinner” (2023) y se dejaron llevar luego por la psicodelia de “Sit Down For Dinner (Part 1 y 2)”, que se extendió durante casi diez minutos. Hacia el final, inyectaron energía a la escena con “23”, aunque no desapareció un tono nostálgico de fondo. Una de las cosas más llamativas fue ver a Amedeo (guitarra) cantando más de un par de canciones. Daniel P. García

Blonde Redhead: oscuridad romántica. Foto: Óscar García
Blonde Redhead: oscuridad romántica. Foto: Óscar García

Cómo Vivir En El Campo

Aunque “Yiyi” (2023), el nuevo disco del grupo madrileño, destacaba por su apuesta acústica, se personaron en el festival –escenario Cupra– con un formato plenamente eléctrico: arrancaron con una versión abreviada de “Starry Belle”, en la cual Pedro Arranz ya hizo clara muestra de sus aptitudes a la guitarra, una inventiva instrumental que en otros puntos adoptaría inclinaciones neilyounguianas e incluso irakaplanescas (¡no por nada informó al público que “La partida” fue un tema que se le apareció en un sueño como canción de Yo La Tengo!). El bolo generó una agridulce nostalgia del indie rock español (esos Surfin’ Bichos de antaño), además de canalizar un pop franco y directo en los temas interpretados a dos voces junto a Begoña Casado (con la melodía rotunda de “Por favor, mátame”). Más allá del preciosismo también hubo lugar para la marcha: “El grande”, con sus texturas guitarreras y una batería de contundencia en crescendo, remachó con adrenalina el set. Xavier Gaillard

Cómo Vivir En El Campo: reivindicación indie. Foto: Marina Tomàs
Cómo Vivir En El Campo: reivindicación indie. Foto: Marina Tomàs

Derby Motoreta’s Burrito Kachimba

Con una audiencia no muy nutrida pero entusiasta, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba conquistaron la explanada de Mordor –escenario Santander– con un disco en el zurrón de título muy Tolkien: “Bolsa amarilla y piedra potente” (2024). Empezaron con “El valle”, un galope de rock épico aflamencado que podrían haber firmado los Triana. El vocalista Miguel García no esconde sus referentes: atuendo a lo Robert Plant y molinillos de micro a lo Daltrey. Pero el gracejo con que vehiculan y barajan sus referentes de hard rock con una pizca de psicodelia es desarmante y altamente efectivo, bien sea arrancándose con una rápida de sleazy estilo Los Ángeles por bulerías (“El chinche”), arrimándose a los Deep Purple más tocados por el funk o ahondando en ese rock duro aplastante de riff oriental de los primeros Rainbow en el que la voz de acento andaluz encaja como un guante. Cuarenta años después de Baron Rojo, el hard rock de toda la vida vuelve a conquistar España. Ricard Martín

Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: hard rock con salero. Foto: Òscar Giralt
Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: hard rock con salero. Foto: Òscar Giralt

Dillom

Dylan León Masa arrancó su actuación sobre el escenario Amazon Music ante unas mil personas con la proyección de una ecografía a toda pantalla. Buen aviso para lo que venía: un recital en el que fue desgajando –eros y tánatos– sus discos “Post Mortem” (2021) y “Por cesárea” (2024). Precedido por su categoría de trapero –lo que en su país supone estar en el saco de KHEA, Duki, el Biza y otra gente de nombre corto–, el argentino, que en realidad viene del punk, mostró querencia hardcore. Con madurez encomiable y carismática presencia, a Dillom –cruz en cuello y una cadena como cinturón– no puedes dejar de mirarlo. Ni de escucharlo: te habla de lo divino y lo humano como si fuera un viejo –tiene 23– y te lo crees. “La vida pasa rápido”, cantó desde las profundidades de sí mismo. Rezumó honestidad y terror, belleza y ternura: “Cuando bebo alcohol siento que lo que hago no está tan mal”. Ni mucho menos. Bruno Galindo

Dillom: prodigio bonaerense. Foto: Marina Tomàs
Dillom: prodigio bonaerense. Foto: Marina Tomàs

Freddie Gibbs & Madlib

Se cumplían diez años ya del álbum “Piñata” (2014) y el extraño dúo que forman Freddie Gibbs y Madlib –este último muy jaleado por los presentes– lo celebró con el beneplácito del Primavera Sound en el Estrella Damm. Repasaron los temas del álbum uno a uno, prácticamente en orden, hasta donde les dio tiempo. Y lo hicieron sin salirse de las convenciones de los shows de rap: Madlib tirando beats, bases y samples y Gibbs comunicando con el micrófono, casi hablando más que rapeando, lanzando consignas repetitivas (“fuck the police”, “make some motherfuckin’ noise”) y fumándose los porros que un miembro del séquito le iba acercando al escenario. Hubo highlights como “Crime Pays”, “High” o “Thuggin”, la preferida de Gibbs, pero la energía del arranque se fue diluyendo con el paso de los minutos hacia un final algo precipitado y falto de tensión. Carles Novellas

Freddie Gibbs & Madlib: piñata de aniversario. Foto: Òscar Giralt
Freddie Gibbs & Madlib: piñata de aniversario. Foto: Òscar Giralt

HTRK

Por fin HTRK en España y en el Primavera. Nigel Yang y Jonnine Standish merecen mucha más atención de la que suelen recibir, y el momento, el escenario (el inaugurado como Steve Albini) y la hora de su show parecían ideales para sus canciones de post-punk lento, oscuras y esqueléticas. Así fue. Antes de que la noche tomara el Fòrum, aparecieron en el escenario con la calma y el halo de misterio que caracteriza su música. Él, muy delgado y esquivo, en segundo plano; y ella, elegante y carismática, sin hacer apenas nada, con una mano en el bolsillo de sus pantalones y la otra agarrada a una maraca. Arrancaron con “Ha”, uno de sus hits del pasado (si es que podemos utilizar ese concepto en una propuesta tan underground como la suya), ralentizado al máximo y despojado del ritmo amenazante de la versión original. Luego vinieron varios de los momentos más brillantes de “Rhinestones” (2021), especialmente maravillosas “Kiss Kiss And Rhinestones”, muy folkie con la guitarra acústica de Yang en primer plano, y “Real Headfuck”, canción simplemente perfecta. También hubo algún rescate de obras anteriores que parecen crecer con el tiempo: “Give It Up”, de “Psychic 9-5 Club” (2014), tiene ya diez años, pero podría tener veinte o sonar dentro de quince sin que nadie notara la diferencia. Buena prueba del embrujo de sus composiciones y la capacidad de hipnosis de la voz de Standish fue la bajada de intensidad de las conversaciones entre el público, muy presentes al inicio y casi inexistentes al final. Muchos de los asistentes sabían lo que se encontrarían; pero los que no, sin duda notaron pronto que no estaban delante de un grupo ni de un concierto cualquiera. Carles Novellas

HTRK: infalible intimidad. Foto: Rosario López
HTRK: infalible intimidad. Foto: Rosario López

Lambchop

Siempre ha tenido Kurt Wagner buen gusto para elegir a los pianistas en Lambchop, adaptados a las necesidades peculiares de sus distintos discursos. En esta gira de formato austero –solo Andrew Broder a las teclas y él rumiando, con las manos en los bolsillos frente al micro, sin Auto-Tune– parece haber elegido las piezas con las reflexiones que mejor expresen sus sensaciones al avistar el otoño de la vida. Casi a pelo, sin distracciones sonoras –ni visuales, salvo cuando sale del radio de los dos focos para beber agua–, a algunos desconocedores de la esencia de su música se les pudo hacer largo el set, pero la materialización de este ambiente tan único que él tenía en la cabeza consiguió emocionar a quienes tenemos en un altar su sensibilidad tan peculiar. La música perfecta para un recinto como el Auditori Rockdelux. David S. Mordoh

Andrew Broder y Kurt Wagner: Lambchop de cámara. Foto: Óscar García
Andrew Broder y Kurt Wagner: Lambchop de cámara. Foto: Óscar García

Mannequin Pussy

Es una pena que en el escenario Plenitude no se pudieran apreciar del todos los contrastes y sutilezas que Mannequin Pussy viene explorando en los últimos años, especialmente en su último álbum, “I Got Heaven” (2024), fraguando un equilibrio inestable entre la enérgica descarga y la frágil vulnerabilidad, entre la invitación y la advertencia. Una pobre ecualización menguó no solo las guitarras, sino también la portentosa voz de “Missy” Dabice, que venía desvelando nuevos matices en los temas más sosegados. Por suerte el ritmo fue en crescendo y los cortes más cercanos a su punk primigenio lograron brillar con la furia necesaria y ribetes hardcore, noise y hasta metal, azuzando reivindicaciones contra los abusones, el capitalismo o la policía –en “Control”, “OK? OK! OK? OK!” y “Pigs Is Pigs”– con Colins “Bear” Regisford al micrófono. Susana Funes

Mannequin Pussy: brillo y contrastes. Foto: Rosario López
Mannequin Pussy: brillo y contrastes. Foto: Rosario López

Maria Hein

No es común ver a una pequeña multitud reunida a primera hora de la tarde en la explanada vacía del Primavera Sound, pero el show de Maria Hein en el escenario Pull&Bear fue cautivador. Una voz potente y sedosa, temas de pop electrónico atravesados por influencias de folclore mallorquí, k-pop, hip hop, reguetón y trap junto a melodías pegadizas, además de una puesta en escena modesta y eficaz ante una audiencia en su mayoría angloparlante. La mitad de las canciones pertenecían a “TOT ALLÒ QUE NO SAP NINGÚ” (2023), con una veta más electrónica que el anterior. Aunque lo más interesante fue la interpretación de “ALENAR”, versión a piano de Maria del Mar Bonet, el tema “JUICY A MIDA” que cantó con Soluna como invitada y una revisión electrónica de la canción popular “La dama de Mallorca”. Daniel P. García

Maria Hein: cautivadora. Foto: Óscar García
Maria Hein: cautivadora. Foto: Óscar García

ML Buch

Gran acogida tuvo la artista danesa ML Buch en el Auditori Rockdelux, incorporada al cartel tras la lamentable cancelación de Julie Byrne. En un escenario de corte minimalista, con una única músico de apoyo en teclados, percusión y armonías vocales, Buch abordó los temas de sus álbumes “Skinned” (2020) y “Suntub” (2023), sumergiéndonos en una suerte de duermevela lúcida y en alta definición, tejida entre bases electrónicas, experimentaciones sintéticas y guitarras procesadas. Las largas instrumentaciones parecían por momentos entretejerse sin delimitaciones (“High Speed Calm Air Tonight”) hasta que aparecían las curiosas líricas y juegos armónicos, con resonancias familiares, pero tantas veces trasvasadas, que resultaban indistinguibles. “I’m A Girl You Can Hold IRL” destacó en su sencillez, “Can’t Get Over You With You” en su experimentación percusiva. Susana Funes

Mujeres

No hacía ni un minuto que se había cortado la cinta de entrada a la zona de los escenarios más grandes y Mujeres ya estaban entonando sus primeros himnos de la cotidianidad sobre el Estrella Damm. El público recorría la campa hasta la primera fila al encuentro de esa energía que el trío envuelve en felicidad contagiosa. “Estamos todavía cerrando la edición de 2023”, bromeaban dando la vuelta a su rol de aperitivo a pleno sol. Todo a favor: se hizo masa festiva entre el abundante público que coreó todas esas frases de pop amoroso con retranca, celebró los ramalazos punki-pop y multiplicó el entusiasmo colectivo incluso con coreografías espontáneas de cuerpos entrechocando entre risas. Normal que repitieran como coda final el estribillo de “Un sentimiento importante”, el que Mujeres comparten y contagian con infalible habilidad. Ricardo Aldarondo

Mujeres a pleno sol. Foto: Òscar Giralt
Mujeres a pleno sol. Foto: Òscar Giralt

Renaldo & Clara

Difícil comenzar una actuación con mejor pie que con “Trobo a faltar”, una canción cuya melodía evoca de forma oblicua la del delicioso “Pass The Dutchie” de Musical Youth. Así, con una buena ración de good time music, empezaba en la primera tarde de este verano adelantado una muy disfrutable velada con Renaldo & Clara sobre la tarima del Amazon Music, el proyecto de la leridana Clara Viñals. Su delicada voz aniñada sirve de vehículo perfecto al pop naíf de temas como “Fins que em quedi clar” o “Per tu el que faci falta”, que surfean la ola de Belle And Sebastian, Heavenly o La Buena Vida. Pero que también pueden navegar en aguas vaporwave (“El riu”), invocar el espíritu de los geniales Young Marble Giants (“Gira-sols”, sola con su guitarra), dejarse mecer por el reggae más sutil (“Rodones”) o apostar por la canción del verano con su hit “L’amor fa calor”. Un placer. Luis Lles

Renaldo & Clara: Clara Viñals, amor y calor. Foto: Óscar García
Renaldo & Clara: Clara Viñals, amor y calor. Foto: Óscar García

Roc Marciano

Es tentador abordar el concierto de Roc Marciano comparándolo con la celebración del décimo aniversario del “Piñata” (2014) de Freddie Gibbs & Madlib, todavía en la retina y los oídos cuando a las 20:45 el rapero neoyorquino empezaba a destripar la cinta americana de su show. Es útil, cuando menos, para entender que donde en Gibbs hay socarronería, energía de bachelor e incitación a las masas, en Marci todo es pura determinación, sin tiempo para cortesías. Dos tipos bregados que abrazan el arquetipo gangsteril desde ópticas distintas. Donde uno se contonea a lo Sonny Corleone, el otro despliega sus rapeos con la frialdad amenazante de Michael. Y de ahí a ser el padrino de toda una escena underground en los últimos catorce años. De “Marcberg” (2010) a “Marciology” (2024). Álbum este último que estuvo bien presente en el escenario Pull&Bear, con su cubierta anclada en la pantalla durante todo el concierto, subrayando el componente blaxploitation de la velada. Una película montada con ominosos loops de piano en su mayor parte, boom bap cinematográfico con el celuloide quemándose a media bobina. Se dejó dirigir por varios beats de The Alchemist, pero también se mostró muy reivindicativo con los temas producidos por él mismo –“play my shit”, recalcó varias veces a su DJ en referencia a esos–. Una forma de alardear de su maestría como MC –capaz de domar a su antojo los esquemas rítmicos del beat con sus versos– pero también como productor. Eso sí, siendo uno de los principales impulsores de la tendencia drumless, hay que decir que se echaron en falta sus exploraciones en ese terreno sonoro. Poco que objetar, en cualquier caso. Ayer, en Primavera Sound, Roc Marciano prefirió ser más Scarface que Basquiat, dos nombres referenciados en sus canciones y que visten y dibujan a la perfección a nuestro hombre. Porque un mafioso también puede ir a la vanguardia. Y una amenaza, ser minimalista. Anton Casas

Roc Marciano: rap sin trampas. Foto: Òscar Giralt
Roc Marciano: rap sin trampas. Foto: Òscar Giralt

Viuda

Ingrata tarea la de estas asturianas, la de encarar los conciertos de primera hora de la tarde bajo un sol castigador y con una audiencia más preocupada por buscar sombra que de otra cosa. ¿Sombra? De sobras. Viuda practican un rock trotón y oscuro, entre el goticismo y el garage-punk de toda la vida. Eso sí, con un refrescante toque regionalista diferencial. “Esta canción va de lo de todas: de peña de provincia que se va a Madrid y reniega de su cultura”, disparó la vocalista. No es su caso: canciones como “Alleraná”, cantada en bable, reivindican la jota y combinan las castañuelas con tecladillos Farfisa tocados con tres dedos y los entramados de bajo-guitarra claustrofóbicos a lo Killing Joke. Terminaron sobre el escenario Steve Albini con “Satánica y de Carabanchel”, que suena como si Siouxsie se encomendase a la Virgen de Covadonga. Ricard Martín

Viuda: post-punk con aroma asturiano. Foto: Rosario López
Viuda: post-punk con aroma asturiano. Foto: Rosario López

William Basinski

Supuestamente, el veterano cirujano de los bucles de cintas venía a interpretar su seminal “The Disintegration Loops” (2003): peculiar debió ser la sorpresa de muchos cuando encima del escenario del Auditori Rockdelux se encontraron no con una mesa repleta de artilugios analógicos, sino con una orquestra compacta sin el músico vanguardista entre sus miembros (este aparecería al final del recital para agradecer efusivamente el trabajo de los intérpretes). El conjunto realizó una adaptación atmosférica de “Disintegration Loop dlp 1.1”, de unos escasos treinta minutos –de hecho, fueron unos cuarenta; pero la mayor parte del público se perdió unos diez minutos porque el concierto empezó antes de la hora anunciada en el programa por un error de los propios músicos, que se unieron a un ensayo de afinación creyendo que ya era la hora de inicio–, originalmente realizada por el también presente arreglista Maxim Moston en 2011 (para conmemorar los diez años del 11-S, un evento extrañamente vinculado a los loops de Basinski). Así, el ambient droneante del disco original se convirtió en una hipnótica sucesión minimalista de ostinatos, una partitura reiterativa con levísimas variaciones que fue avanzando sin realmente avanzar, generándose y desintegrándose de forma prácticamente impalpable. Una experiencia breve de plena inmersión, anómala incluso para un festival dado a ciertos experimentalismos. Xavier Gaillard

La interpretación de una idea de William Basinski. Foto: Marina Tomàs
La interpretación de una idea de William Basinski. Foto: Marina Tomàs
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