Qué recuerdos aquellas primeras veces con Kendrick Lamar (Compton, California, 1987) en directo. Fueron seguidas: en el Primavera Sound 2014, en el Cruïlla 2015 y en el FIB 2016; las tres alrededor –antes o después– de la publicación de “To Pimp A Butterfly” (2015), su obra maestra más categórica, o la mejor considerada de las suyas.
Siete años más tarde, y tras una baja de casi un lustro fuera de los focos, llegó la doble cita Barcelona-Madrid del Primavera Sound 2023, donde presentó “Mr. Morale & The Big Steppers” (2022), su confesional y catártico álbum de rehabilitación emocional, terapeútica y meditativa, disco en el que mostró una madurez, quizá sinceridad, no habitual entre los raperos de nuestro tiempo. En las cuatro ocasiones que actuó en España, por supuesto que hubo impacto artístico: carisma absoluto, a pesar de su 1’65 (o 1’68, según otras fuentes) de altura, y dominio total del escenario.
Anoche fue la quinta vez entre nosotros. Formando parte de una gira bautizada “Grand National Tour” compartida con SZA (San Luis, Misuri, 1989), ambos nos sirvieron un show como los que habían puesto en práctica Beyoncé y Jay-Z en su día (“On The Run Tour” en 2014 y “On The Run Tour II” en 2018), o el que recientemente nos trajeron Charli XCX y Troye Sivan (“SWEAT”) al Primavera Sound de este año. La cuestión: sumar adeptos a la causa desde dos focos más o menos diferentes. En este caso, el imbatible rey del hip hop actual más la cantante de R&B a la que más expectación se le ha dispensado desde que publicó su disco “SOS” (2022), considerado en algunos medios musicales (no en Rockdelux) el mejor del año. Bien, no es que el “Grand National Tour” fuese un tique Prince-Madonna de mediados-finales de los ochenta, algo que no ocurrió nunca, pero sí se aproximaba bastante a ese concepto de soñado cartel que permitía poder testar en directo a dos piezas fundamentales de la música negra actual. Aunque, lo diremos sin ambages, a la sobrevalorada SZA ya la habíamos padecido en el Primavera Sound 2024, donde acabó haciéndose bastante insoportable entre guitarrazos rockeros y desvaríos vocales a lo diva mainstream. Así pues, fue una nueva oportunidad de apreciar sus defectos o sus virtudes, las cuales, por cierto, no parece respetar demasiado la siempre chispeante Nicki Minaj, que la crucificó en redes tal que así: “Puta, ¿qué has hecho tú además de yodel con autotune que necesita ser retuneado? ”. Bien, más elementos para el disfrute, pues.
Además, no lo olvidemos, para más acicate, este año tuvimos el espectacularlive de Kendrick Lamar en el descanso de la Super Bowl en Nueva Orleans, donde recreó la bandera de los Estados Unidos usando solo a bailarines negros vestidos de rojo, azul y blanco. Un gesto político en tiempos de Trump (“La revolución sí que será televisada… Habéis elegido el momento correcto pero al tipo equivocado”, dijo al inicio la actuación), con Samuel L. Jackson interpretando a un paródico Uncle Sam y poniendo la guinda a un alegato incontestable en su efectividad y aprovechamiento del corto espacio de tiempo de un intermedio. Superlativo Kendrick, como casi siempre. Recordemos que, tras su participación en la Super Bowl de 2022 como uno más del show que dio relevancia estelar pero colectiva al hip hop (con Dr. Dre, Snoop Dogg, 50 Cent, Mary J. Blige, Eminem y Anderson .Paak), Kendrick ha sido el primer artista de rap en disponer de un show completo en la final de la NFL, acontecimiento nacional y mayor espectáculo de la televisión en Estados Unidos. Queda claro que aprovechó muy bien la coyuntura: sus ideas proclamaron debate en estos tiempos convulsos.
Ayer se presentó en Barcelona por cuarta vez y con su último disco, “GNX” (2024), el más accesible y el que supone una extrovertida rehabilitación de su personalidad tras el intimismo consciente del anterior. Sin ser malo (algo imposible viniendo de quien viene), y dando por hecho que “GNX” va a más con cada escucha, sí hemos de aceptar que es el menos ambicioso de sus álbumes desde que con “good kid, m.A.A.d city” (2012) arrancara una época dorada que, con cuatro obras sobresalientes encadenadas, lo situó por encima de Kanye West, el otro gran contendiente –y el primer autoproclamado rey– en esta rivalidad por ser el mejor representante de este siglo XXI en el mundo del hip hop y, en general, de la música global actual.
El Estadi Olímpic Lluís Companys vivió la única actuación en España de este “Grand National Tour” de 46 conciertos que se inició en Minneapolis el 19 de abril y que concluirá en su parte europea el 6 de agosto en Estocolmo, para dar el salto, en septiembre y octubre, a México, Colombia, Brasil, Argentina y Chile –cinco fechas que contarán con los fusioneros CA7RIEL & Paco Amoroso como teloneros–, antes de acabar en diciembre en Australia.
Dividido en nueve actos, el show, de dos horas y media pasadas, alternó partes de Kendrick Lamar y SZA, o los juntó a ambos sobre el escenario, en una progresión estudiada que priorizó, por encima de todos sus discos, el último del pequeño gran hombre: por eso, se abrió con dos temas de “GNX” y se cerró con dos temas de “GNX”. Una cincuentena de cortes, muchos de ellos apenas esbozados y no completos, en un formato de concierto que acabó demostrando, una vez más, el nivel superior de un rapero milimétricamente perfecto que no se sale, ni por exceso ni por defecto, de su estándar de calidad habitual, con un groove que contagia desde la potestad de un flow natural inigualable, y que nunca pierde la esencia juguetona que hay en ese tan característico punto ratonil que ofrece su manera de vocalizar, casi siempre feroz y habitualmente seria.
A pesar de todas sus contradicciones mesiánicas con coartada filosófica –que las tiene– y su discurso a veces un tanto eclesiástico o iluminado, Kendrick Lamar sigue ostentando la auctoritas ética suficiente para transmitir mensajes reales, dotados de una cierta moralidad, como si de un sabio constructor de historias noveladas se tratase. Surgir del conflictivo Compton y triunfar a lo grande (él se autobautizó rey en la canción del mismo título de “good kid, m.A.A.d city” hace trece años), ser influyente voz referencial del Black Lives Matter e idear una provocativa nueva bandera –carnal, negra, confrontacional– de su país ante las pantallas de millones de personas viendo la Super Bowl son hitos crecientes de una carrera que trascendió hace tiempo su categoría musical, como demuestra, además, entre otros logros sociales y académicos, que ganase el Pulitzer por “DAMN.” (el primer rapero en hacerlo) o que su obra sea objeto de imaginativos cursos universitarios.
A la 20:12, tras el retumbar de graves y unas imágenes de los dos artistas en coches –el protagonismo del Buick GNX, modelo de 1987 (en un Buick Regal, antecedente del GNX, Kendrick Lamar fue transportado del hospital a casa al nacer), fue el argumento de la trama del show, la que titula e ilustra el disco “GNX”–, inauguró el concierto la voz grabada de Deyra Barrera, cantante de regional mexicano, que descorchó “wacced out murals”, el primer tema, con estas palabras: “Siento aquí tu presencia / la noche de anoche / y nos ponemos a llorar”. Sonó también su fraseo en español en “reincarnated” y en “gloria”, la última que se interpretó la noche de anoche. Mexicana emigrada a Estados Unidos en 1993, darle a ella tanta cancha en el disco es una muestra más del talante de Lamar para cuestionar el estado de la actual nación trumpista y ampliar así su campo de batalla y expandir el foco fuera de la música. Esta primera canción, “wacced out murals”, contiene citas al “Sweet Love” de Anita Baker y al álbum “Tha Carter III” (2008) de Lil Wayne, y una mención al “Taylor Made Freestyle”, vía el posteo de Snoop Dogg (“quiero creer que fue a causa de las drogas”, le riñe Kendrick en la letra), con el que Drake siguió su absurda contienda con Lamar. Casus belli de inicio, ya que también deja en evidencia a sus compañeros de profesión, raperos que no lo felicitaron al ser elegido como estrella única para la Super Bowl. Quizá por eso Lamar sentencia: “I never lost who I am for a rap image”, su declaración de principios (“y no tengo otros”, parece decir).
A continuación, “squabble up”, un demoledor G-funk para bailar o para pelear, con homenajes coreografiados al rap de la Costa Oeste. Y, acto seguido, todavía más G-funk con orgullo de barrio en el hit para siempre “King Kunta”; incluso recortada, alcanzó el delirio funk (qué gran momento): lo queremos, sí, por supuesto (“we want the funk”). En “ELEMENT.” continuó enfrascado en su pertinaz pelea en la jungla de la vida, leitmotiv principal de su obra. Y volvió a “GNX” para cerrar el primer bloque de cinco canciones con la primera parte de “tv off”, canción con un mensaje clarividente: apaga la tele y sal de la mediocridad.
La segunda parte fue para SZA con cuatro temas. Lo arrancó con “30 For 30”, canción donde Kendrick participó cantando; pertenece a la reedición extendida, 19 temas extra, de su triunfante “SOS”, el denominado “SOS Deluxe: LANA” del año pasado. Después, se centró en tres pasajes de “Ctrl” (2017), su debut: el cadencioso ritmo lento, sexi y romántico con perverso final de “Love Galore” (con la voz grabada de Travis Scott), el baladismo insulso de “Broken Clocks” y el neosoul (casi fusión) aburrido de “The Weekend”.
El acto tres, con diez títulos, Lamar lo estrenó con el tempo lento de “euphoria”, el diss track de 2024 dedicado a Drake tras los ataques previos del canadiense en “Push Ups” y el ya citado “Taylor Made Freestyle”. En pantalla, este cartelón: LIES ABOUT ME / TRUTH ABOUT YOU. Duras frases dirigidas a Drake (severos insultos: paranoico, degenerado, patético, manipulador, etc.) en una canción que, más allá de polémicas, no pasará a la historia: decididamente menor. Le siguieron dos piezas más de “GNX”: la reconstituyente e inmensa “hey now” (con la voz grabada del rapero Dody6, ya en libertad tras pasar siete años en prisión, y el aderezo de un efectivo cuerpo de baile pandillero) y “reincarnated”, su homenaje al legado de la música negra con sus recuerdos a John Lee Hooker y Billie Holiday, pioneros del gran tesoro que él quiere continuar perpetuando.
Después, dos números ganadores: la irónicamente chulesca “HUMBLE.” (“sé humilde”) y el, en su origen, freestyle improvisado con perspectiva adolescente “Backseat Freestyle” (sexo + dinero). No sorprendió la presencia de la versión de “family ties” de su primo Baby Keem, habitual en su repertorio (ya la interpretó en el Primavera Sound 2023 y en la gira de “The Big Steppers Tour” que pasó por París en 2022) desde que Kendrick participó en la grabación del tema para el álbum de Keem “The Melodic Blue” (2021). Completó el apartado tres un fugaz “Swimming Pools (Drank)” a capela (su particular metáfora sobre el alcoholismo), un acortado “m.A.A.d city” (más recuerdos de su infancia en Compton), “Alright” (el oficioso himno nacional negro según las protestas del Black Lives Matter; momentazo) y el –de nuevo cayendo en el troncal “GNX”– “man at the garden” (un aire no accidental al “One Mic” de Nas en un manifesto que suena a reto vital de lucha y superación: “I deserve it all”).
SZA tomó el timón de la noche en el acto cuatro con siete números, entre los que se incluyó una versión de Rihanna, “Consideration”, el primer tema del álbum “Anti” de la de Barbados. A ellas se sumaron “Scorsese Baby Daddy” (donde confesó ser “adicta al drama” en un pop-rock plano pero efectivo para un público mayoritario y potencialmente femenino), “F2F” (con vulgar ramalazo guitarrero a lo alt-rock para encumbrar su “I fuck him to forget you”), “Garden (Say It Like Dat)”, “Kitchen” (construida a partir del “Voyage To Atlantis” de los Isley Brothers), “Blind” y “Low”. Cronista de sus propias decepciones y desengaños, excesos y malos hábitos, a los que combate con nostalgia y feminismo según se tercie, y dosis de melodrama, su receta musical (a mí me) transmitió frialdad y sopor. Todo lo contrario de lo que suelen hacer Solange o Janelle Monáe sobre un escenario, por ejemplo, generalmente más acertadas en ese tránsito de la “tristeza” baladística a la elegancia o la explosividad rítmica.
La escena cinco la compartieron los dos en tres canciones en las que cantaron juntos: “Doves In The Wind” (de ella; al trantrán, sin arrancar), la efectiva y apta para todos “All The Stars” (de la banda sonora de “Black Panther”; gracias a ella, un hit de hyperpop mainstream; gracias a él, un rap esponjoso; fue otro de los puntos álgidos de la noche para los espectadores) y “LOVE.” (de él; SZA sustituyó aquí la voz original y femenina del rapero Zacari).
En el acto seis, nueve temas más de Kendrick. “dodger blue” y “peekaboo”, seguidas, como en el disco, fueron la cuota “GNX”. La primera, puro espíritu reivindicativo de su amor por la ciudad de Los Ángeles y guiño en el título al equipo de béisbol Los Angeles Dodgers, del que es seguidor, ganador de la rimbombante Serie Mundial en 2024 (es decir, no más que la final de las dos ligas que se juegan en Norteamérica: la Nacional y la Americana). Y “peekaboo”, un interludio plagado de argot made in Compton frenético y tribal.
Y llegó “Like That”, el tema de Future y Metro Boomin (del álbum “We Don’t Trust You”) en el que Lamar dijo aquello de “The last one is better” tras el “D-O-T the money, power, respect” de Future (Lamar utilizó el nombre de K.Dot en el incio de su carrera). Era su respuesta al “First Person Shooter” de Drake con J. Cole. Ahí se puso serio el lío con Drake. Y así hasta ahora. Que paren ya.
“DNA.” (elogio orgulloso de su identidad) antecedió a la versión de Playboi Carti “GOOD CREDIT” (egotrip de Kendrick, perseguido en escena por luces rojas: “The hate get realer, the love get fake, but when you this great…”). Y de ahí a la dura pero curativa “Count Me Out” (una de las dos únicas que tomó del disco “Mr. Morale & The Big Steppers”), “Bitch, Don’t Kill My Vibe” (cómo permanecer fiel a una idea, a pesar de los cambios y de la fama), “Money Trees” (la canción con la que debutó en España, en su primer concierto en el Primavera Sound 2014: “It go Halle Berry or hallelujah”) y “Poetic Justice” (su colaboración con Drake, de cuando eran amigos, en 2012; ¿tendiendo una mano para arreglar el asunto?).
El séptimo acto recayó de nuevo en SZA con nueve canciones, siete de las cuales pertenecían a “SOS” (“I Hate You”, “Shirt”, la divertida “Kill Bill” con venganza sangrienta a su ex, “Snooze”, “Open Arms”, “Nobody Gets Me” y “Good Days”). Y dos más fueron sendas versiones: de Drake (“Rich Baby Daddy”, de su disco “For All The Dogs”; ¿otro gesto de buena voluntad en el imperio Lamar?) y de Doja Cat (“Kiss Me More”, de su álbum “Planet Her”; aquí metió el riff de “Kiss” de Prince).
Con la salvedad de las dos adaptaciones, este séptimo bloque fue, en general, un atracón de lentas que se balancearon suaves y tristonas, que no tristes, en un columpio que, con una pizca de más pasión y menos cursilería, podrían haberse convertido en buen dancehall si se hubiese acelerado el tempo. Pero este es el rollo de SZA en el neosoul de hoy: tono de emo sad girl con disfuncionalidad romántica que, más veces de las aconsejables, quiere rockear (para mal), topando con lo que antiguamente se conocía como AOR, etiqueta que desprestigiaba y que ahora parece el néctar reconstituyente para muchas divas con un criterio laxo.
El octavo episodio fue para Kendrick con tres canciones: el quitémonos las máscaras y prescindamos de lo prescindible que sugiere “N95” (la otra de “Mr Morale & The Big Steppers” que interpretó; muy cristiana en su tono, casi un himno en su inicio), la segunda toma de “tv off” (la parte de Mustard a la producción, con fanfarrias) y, relacionada con ella (con “Mustard on the beat”), el famoso y brillante “Not Like Us” dedicado a Drake: afrenta severa con varias menciones a quemarropa en su empeño por reducir al canadiense a la mínima expresión y tema que disparó la euforia desatada entre el público desde el primer segundo.
Acabó el show con el noveno y corto acto final: de nuevo, como no podía ser otra forma, juntos para acometer dos canciones que ya los unían en la grabación de “GNX”; la buenista y positivista “luther” (con la voz de seda de Luther Vandross sacada de su “If This World Were Mine”) y la que cierra el disco, la romántica “gloria” (el poder del amor a su mujer, Whitney Alford; aunque al final, ¿metafóricamente?, desvía la atención hacia su pluma, la que le permite escribir sus canciones). En total, 51 títulos más “tv off” expuesta en dos partes: 52 cortes.
Puntualicemos varias cosas: en las seis versiones (Baby Keem, Rihanna, Future & Metro Boomin, Playboi Carti, Drake y Doja Cat) que se interpretaron en el concierto, los artistas titulares de la gira ya habían participado en la grabación original de las mismas a nivel de featurings, así que, en esencia, estaban reivindicando su parte protagonista en las canciones de otros, circunstancia que encaja perfectamente con el ego de ambos.
Más: SZA estuvo acompañada por guitarristas a la antigua usanza, guitar heroes fuera de la época actual (con la salvedad de la paradójica St. Vincent, que sigue empeñada en ello) que, en el mejor de los casos, y siendo benévolos, podríamos equiparar a los delirios a las seis cuerdas de Prince; aunque, bien pensado, no. Kendrick, al contrario, se bastó solo para rapear por encima de la música grabada. Eso hizo más evidente todavía la diferencia de tono entre ambos. Son dos mundos claramente diferenciados, y así se visualizaron también en la pantallas: austero blanco y negro para Kendrick, brillantes colores para una SZA abducida por una naturaleza rebosante de insectos y plantas; por cierto, dejemos dicho que ha iniciado este año su carrera en el cine con la buddy movie “Un día de esos”, comedieta amable sin más trascendencia.
Más: hubo un collage del artista angelino Lauren Halsey para el “Not Like Us”, así como coreografías pintureras (bailarines coloristas para SZA, que voló en “Nobody Gets Me” con alas de mariposa, o se subió a una hormiga gigante; los de Lamar, militares, de negro) y generalmente discretas, pirotecnia que explosionaba en fogonazos de calor hacia el cielo, fuegos artificiales por detrás del escenario, visuales con el ciclo de la vida y la muerte, y todas esas cosas que se esperan de un correcto gran show. Ah, y unas escaleras centrales entre las dos pantallas gigantes como proscenio casi oculto. Y sketches entre actos, como cortinillas separadoras, con declaraciones de las estrellas. Bien, sin más.
Otra cosa: pinchó antes del concierto Mustard, y lo hizo sin prejuicios aproximadamente durante una media hora, poco más. Del “Show Me” de Kid Ink (con Chris Brown) al “Tití me preguntó” de Bad Bunny. Del “Plain Jane” de A$AP Ferg al “WATCHU KNO ABOUT ME” de GloRilla & Sexyy Red. Del “CARNIVAL” de Kanye West & Ty Dolla $ign al “FE!N” de Playboi Carti. Y así. Muy efectivo ante 48.000 asistentes, según la organización, que se lo pasaron en grande ya desde la sesión del DJ.
Otra más: bonita la referencia de Kendrick Lamar a Anita Baker, que se visualizó también en la pantallas. Su “Sweet Love” es canela en rama. Como el disco que la contiene: “Rapture”, de 1986. No se lo pierdan. Eso sí es elegancia.
Y por último: por las continuas referencias, Drake se erigió en el invitado invisible del show; repetidas menciones indirectas y, valorándolo en su conjunto, excesivas alusiones encubiertas. Demasiada obsesión en una trifulca que ha despistado un tanto a Lamar en los últimos tiempos. Querer ser el único rey posible, sin nadie que te haga sombra o cuestione lo más mínimo tu poder, acaba convirtiéndose muchas veces en una muestra de absolutismo monárquico. En este caso, una pelea tonta, una riña innecesaria, no puede llevarse tanto protagonismo en contra de lo verdaderamente importante: el talento de un rapero que ya está por encima del resto a todos los niveles, no solo musicales; también conceptuales. Así que debería pasar página y olvidarse de un Drake que por sí solo ya se está devaluando desde hace tiempo. Ni él ni Kanye West, ahora mismo, parecen rivales para Kendrick Lamar, el mejor artista, con diferencia, de lo que llevamos vivido en este siglo XXI. Girando por estadios por primera vez en su carrera (todo el tour al completo), lo demostró nuevamente. Pues sí, en efecto, un concierto solo de Kendrick Lamar de dos horas y media habría sido la bomba. Porque sigue siendo el rey. ∎