La narración de la música electrónica en el siglo XXI, a grandes rasgos, habla de una desintegración, de una depuración primero –el inicio de los años dos mil gira en torno a una idea minimal– y de una respuesta maximalista después que, por la naturaleza acelerada de las cosas en el mundo que nos ha tocado vivir, no han terminado encadenándose o interrumpiéndose, sino conviviendo en un ecosistema completamente atomizado en el que ya hay asentado un circuito mundial de clubes, un lugar para microescenas globales y, sobre todo, un público ávido cada vez más transversal, con lo bueno y lo malo que eso implica. Porque hoy sigue habiendo DJs que lucen vidas de piloto de F1, viajando incansablemente entre las ciudades con mayor capital financiero del mundo para bañarse en Moët en hoteles carísimos y ejerciendo ante masas en big rooms, hecho que comporta la destrucción del tejido local, que es uno de los problemas a los que tendremos que enfrentarnos en los próximos años. Pero también hay otros DJs que son como sus ingenieros, que viven en la sombra esa misma vida nómada y nocturna extendiendo sus visiones de futuro, o sus promesas incumplidas de presente continuo, allá donde estén dispuestos a escucharlos.
Al final, la composición mutante de la música hecha con ordenadores, su capacidad para reproducir lo viviente tanto como para separarse radicalmente de ello, impulsa su naturaleza avanzada. Y gracias a músicos electrónicos existen hoy herramientas fundamentales para toda la industria musical: John Acquaviva y Richie Hawtin colaboraron en Final Scratch, software precursor de Traktor; y el dúo Monolake –con Robert Henke a la cabeza y después de que Gerhard Behles ayudara a desarrollar Reaktor, el primer sintetizador modular para PC– fundó Ableton. MySpace, Soundcloud o Beatport revolucionaron la forma en la que se escuchaba, se compartía y se producía música electrónica, impactando en todas las demás ramas. Y la génesis de Bandcamp está en las opciones de descarga de los sellos de ambient independientes de la oleada aislacionista de los primeros dos mil.
Internet ha sido un vehículo clave en este siglo y ha permitido no solo la dinamitación de las barreras espaciales impulsando una conectividad global, también la aparición de escenas destinadas a vaporizarse, que luchan contra la tiranía del soporte y el fijado. Pero, sobre todo, ha impulsado el florecer de periferias sonoras fuera del canon occidental, o dentro, si así lo desean: aunque el discurso de reivindicación folclórica pueda esconder un sesgo poscolonial que Simon Reynolds llama “xenomanía”, hoy se reivindica la aportación de los japoneses en campos como el ambient o el house, y el latin club recorre el mundo de extremo a extremo gracias al éxito generalizado del reguetón y el dembow y la escena de Colombia o a su penetración en Londres o Miami. También se visibilizan legados indígenas y los géneros experimentales de África –los afrobeats, el amapiano– o de Brasil –que ha logrado una nueva evolución del funk carioca al mismo tiempo que acababa con el dominio de Río de Janeiro y São Paulo para abrirse a nuevas escenas, como la de Belo Horizonte– marcan muchos de los avances que suceden en el pop de las listas de éxitos.
En este continuum glocal, todas las fiebres de estos años –el progressive, el trance, el house, el techno, el hardcore, el ambient, el minimal, el glitch– han vivido auge, caída y renacimiento, lo que puede dar la idea equívoca de una cárcel con forma de bucle. Pero la dominancia del 4/4 se ha desplazado hacia ritmos más laxos y menos rígidos, y se ha confirmado así el imperio del subgrave. Y con ello, otra cosa importante que hay que recordar: la música electrónica siempre va a ser mutante y todavía no hemos asistido a su última mutación. ∎
Seleccionamos diez trabajos lanzados en 2025 –los ordenamos alfabéticamente– que ofrecen nuevas ideas en el entorno del club, que abren nuevos caminos y posibilidades, y que demuestran que este siempre será un lugar para la imaginación, para el desafío, para la resistencia. Un laboratorio del mundo al que podemos aspirar.

Siguiendo en cierto modo la senda abierta por “One Day”, el debut de Huerco S. como Loidis en 2024, editado precisamente por Incienso, el sello que Naples dirige con mimo desde hace varios en Nueva York y que también publica a DJ Python o a revelaciones recientes como RAVEN o K-LONE, “Scanners” aplica el ideario del microhouse al relato club contemporáneo. Y el resultado es un redescubrimiento de la intensidad del baile introspectivo en tiempos de euforia y maximalismo; una apuesta por la posibilidad de ir bailando en busca del detalle.

“Hexed!”es uno de los trabajos interesantes que ha lanzado Hyperdub en 2025, junto a “Beside Myself” de DJ Haram, “Demilitarize” de Nazar o el maxi de Burial “Comafields / Imaginary Festival”. Sin embargo, abre la puerta a un nuevo tipo de brutalismo y deconstrucción en el dubstep. En su exorcismo personal y traumático, heredero del doom metal, del screamo, del drone, del noise más radical y del body horror, aya encuentra formas revolucionarias de expresarse a través de una cacofonía industrial.

Partiendo de un background que podría considerarse (con muchas comillas) minimal techno, el productor residente en Berlín Sam Barker entrega en su segundo álbum una disolución absoluta de su percepción del techno y de la idea de club. “Stochastic Drift” integra fórmulas ambient y una deconstrucción rítmica casi fractal que entronca con el free jazz, como si los sonidos y los sintetizadores interactuaran entre sí según la mecánica de fluidos. Y aunque parece alejarse de la pista de baile, en realidad la evoca constantemente en su aproximación al espacio, las estructuras, las texturas.

Años investigando cómo podía ir encrudeciendo su techno y redescubriéndose poco a poco como DJ para las masas y resulta que en Blawan también se esconde un rarito de la clase: su último álbum, que viene a formar con lo más vanguardista del actual sello XL, es una mezcla monstruosa, glitcheada y postodo de las inquietudes extremistas que venía desarrollando desde “Woke Up Right Handed” (2021), la abrasión y la distorsión de Amnesia Scanner, el dubstep brutalista y el sonido destructivo de la facción más radical del club latino (Verraco, Safety Trance).

Después de varios EPs y un impresionante 12”, “FATHOM” (2023) con FELT, el sello de Perko, “Rhythm Immortal” supone el debut largo de Carrier –nuevo alias del productor Guy Brewer tras empezar en la escena drum’n’bass de Reino Unido como Commix y reconvertirse después en Berlín al techno bajo el alias de Shifted y al techno industrial como Covered In Sand– en el sello Modern Love. Una aventura que investiga donde lo dejaron los Basic Channel de Rhythm & Sound, y que lleva la idea de minimal dub a una abstracción telúrica que reconcilia el techno con su vertiente más ancestral y antediluviana.

El respeto que el británico Felix Manuel profesa por la cultura de club queda claro desde el minuto uno en que lo ves pinchar: tres platos de vinilo estilo batalla –en vertical y no en horizontal, para que no moleste la aguja– y una maleta que va del ambient y el drone al ragga y el gabber, desafiando cualquier restricción rítmica posible. Solo de alguien como él nos creeríamos que un disco de piano ambient con infusiones jazzísticas y tropicales puede ser en el fondo una bomba de jungle, IDM y dubstep. Y por supuesto no se lo escucharás pinchar nunca en sus sesiones, porque para eso están otros.

¿Cómo usar un archivo sonoro para, reivindicando y resignificando un legado olvidado, convertirlo en una fiesta entendible desde un punto de vista global? Después de investigarlo desde la museística y el campo de la instalación sonora, Chuquimamani-Condori encuentra la respuesta junto a su hermano Joshua Chuquimia-Crampton en su proyecto conjunto Los Thuthanaka. Espeleología de la comunidad queer aimara, en Bolivia, a través de una ceremonia de conexión con los espíritus de la psicodelia: una bomba de relojería ambient que detona en infinitas cumbias.

Si hay un trabajo que ha servido para definir lo que a nivel de producción podríamos entender como cloud pop, una suerte de post-hyperpop que aplica las formas del estilo a ideas más minimalistas y declaraciones más íntimas e introspectivas, ese ha sido el debut largo del colombiano Nick León en TraTraTrax. Un trabajo que difumina el club –y el maximalismo posdigital que lo invade– hasta convertirlo en tan solo una fiebre: un trance en que por fin quizá podamos reconectar con lo emocional, con la melancolía y con lo físico.

Sociólogo, activista político, ensayista de lo queer y subversor del house como música para el entretenimiento, Terre Thaemlitz, o DJ Sprinkles en su vertiente más pistera, siempre ha planteado nuevas preguntas sobre lo que puede y debe significar la música club, la celebración festiva, en un mundo en conflicto. Su último álbum captura su demoledor mix para la serie RA.1000 del sello Resident Advisor, una reflexión crítica sobre el genocidio en Gaza que se sitúa diametralmente en contra del hedonismo y del escapismo que se entiende como normal en estos lenguajes. La música club también sirve para recordarnos que, como dice el propio Thaemlitz, “en una era de sufrimiento constante, el mayor acto político es rechazar la ilusión de un escape, e ir en busca de algo más grande”.

Resonando solo a través de ecos con los sonidos de la batida –el kuduro y el kizomba– que han resignificado los miembros de Príncipe, el sello lisboeta que también acoge a XEXA, su segundo álbum podría considerarse una anomalía en todos los sentidos. Una fantástica: “Kissom” se introduce en los mundos del dark ambient y en la vanguardia sintética y experimental para liberarse de cualquier idea preconcebida sobre los ritmos de la diáspora africana. ∎
Uno de los denominadores comunes en los discos señalados aquí es el ambient, quizá el símbolo de una búsqueda cada vez más intensa de algo que nos fije, que nos ate, que nos ayude a estar presentes en un mundo tan desconectado que nos obliga a la disociación. O que nos ayude a exorcizar los fantasmas. El caso es que el ambient, en 2025, ha llegado hasta el punto de que no solo se ha convertido en recurso habitual en el cine: ahí está Tim Hecker, cada vez más socorrido; o Eiko Ishibashi en las películas de Ryusuke Yamaguchi; o el score de Daniel Blumberg para “The Brutalist” (Brady Corbet, 2024). Una artista “pop” como Ethel Cain ha lanzado este año “Perverts”, una oscura misa negra de dark ambient y psicofonías doom folk. Y Oklou ha llevado de telonera en su gira europea a Malibu, autora de “Vanities”, uno de los discos ambient del año.
Que el ambient está calando en el imaginario popular alternativo es un hecho que explica en cierta manera los últimos pasos de las escenas experimentales londinenses, con discos como “Goodness” de feeo, o “sleep with a cane”, en el que Klein se abandona por primera vez a la paisajística, aunque esta sea puramente urbana, situándose tras los pasos de Loraine James en su proyecto Whatever The Weather, también con entrega destacadísima en 2025, “Whatever The Weather II”. Que se relaciona también con la extensión internacional de la etiqueta emo ambient asociada a claire rousay y sus colaboradoras: este año la estadounidense ha lanzado dos discos excelentes, “no floor”, con more eaze, y el reciente “a little death”. Y que se manifiesta también en la reivindicación de grandes carreras de los dos mil –los neoyorquinos Purelink incluso le han dedicado un álbum, “Faith”, a toda esa ola posaislacionista–, con algunos de sus protagonistas viviendo absolutas segundas juventudes y publicando en 2025 algunos de los mejores trabajos de sus carreras. Eiko Ishibasi con “Antigone”, por ejemplo, donde la japonesa subvierte las estructuras ambient hacia el jazz en busca de algo parecido a canciones. Ichiko Aoba con el ambient folk de “Luminiscent Creatures”. El canadiense Loscil, navegando las inquietudes de un mundo contemporáneo en llamas –literalmente– en “Lake Fire”. Jefre Cantu-Ledesma y ese retorno colaborativo, vívido, lúcido y brillante que es “Gift Songs”. Y aunque no pueda disfrutar de los frutos, ahí queda también “Sysivalo”, el canto de cisne de Mika Vainio (1963-2017), mitad de los influyentes Pan Sonic, como Ø, último reflejo de sus búsquedas emocionales en las profundidades del dark ambient.
Completan el combo reediciones importantísimas de este año: “The Sacrificial Code” (2019) de Kali Malone, convertido a día de hoy en una especie de códex de la música experimental reciente, objeto de culto y razón por la que su autora es lo más parecido que existe en la vanguardia a una popstar; el importantísimo “Flora” (1987) de Hiroshi Yoshimura (1940-2003), piedra angular del ambient japonés, o la espectacular caja recopilatoria con los primeros siete trabajos de otro pionero nipón, Susumu Yokota (1960-2015): dentro de este “Skintone Edition Volume 1” que edita Lo Recordings en su treinta aniversario y en el décimo de la muerte de Yokota, en lo que respecta al ambient interesan sobre todo “Image 1983-1998” (1998) y la que quizá sea su gran obra maestra, “Sakura” (1999). ∎
Nicolás Jaar
Chuquimamani-CondoriAnte las limitaciones naturales y sociales, la tecnología siempre ha abierto un nuevo horizonte de posibilidades y el club ha sido el laboratorio donde, en la intimidad y bajo el anonimato que da la oscuridad, se han expresado en libertad todas las disidencias, donde los oprimidos por un sistema cisheteropatriarcal blanco han encontrado una comunidad en la que apoyarse.
Quizá por su componente alien –la brujería y lo feérico son símbolo de una nueva forma de sororidad, apropiado a través de la alta fantasía, los videojuegos de rol o el ambient digital y el digicore–, gracias a la tecnología todas las periferias, raciales o identitarias de género están siendo capaces de reescribir su pasado colectivo e insertarlo en ucronías presentes en las que se vislumbren otros futuros posibles, o de explicar historias borradas a la manera de Nicolás Jaar o Chuquimamani-Condori.
También se difuminan los límites de la propia corporalidad: el Auto-Tune, por ejemplo, ha permitido a las voces desprenderse de unos rasgos asociados al binarismo de género. Y la naturaleza de unos medios democratizantes –los “electrónicos”– puestos al servicio de la mayoría –y de un paradigma de distribución que ya no necesita atravesar la vigilancia de los gatekeepers– ha convertido el lenguaje fluido de la electrónica de vanguardia en un espacio abierto, en general seguro, para que colectivos históricamente invisibilizados construyan un discurso propio: lo queer es hoy parte de ese cibergueto global, y la identidad no está dictada por el cuerpo, sino por lo que este puede llegar a ser gracias a la modificación artificial, a su tratamiento, su modulación, y acepta por tanto lo transicional. La lucha, hoy, es contra la comodificación, esa capacidad voraz del capitalismo para asimilar la disidencia y rentabilizarla. ∎