En la liga de los festivales pequeños pero matones, cada uno con sus peculiaridades y bondades, el malagueño Canela Party ha despuntado como un evento singularísimo. Cuatro jornadas, carteles innegablemente interesantes, emplazamiento –desde hace cuatro años– cómodo y eficaz y una convivencia entre artistas y público que con la excusa de la fiesta de disfraces se traduce en surrealista complicidad. Esto está muy bien. Tiene mucho mérito, además, que la organización del festival haya elegido ser un evento independiente en el tiempo, su apuesta por establecer unos límites a la contra de la gula del capital. El problema es si ese público es suficientemente fiel a la apuesta. 16.000 personas han asistido a los conciertos celebrados en el Recinto Ferial de Torremolinos. No está mal, aunque preocupa este reflujo. Esto nos lleva a hacernos algunas preguntas: ¿quiénes podrán seguir sosteniendo esta encomiable aventura?, ¿los amantes de la fiesta?, ¿los melómanos?, ¿ambos?
En tiempos inflacionarios como estos, la organización ha luchado contra los elementos para confeccionar el cartel. Sin cabezas de cartel de relumbrón, la propuesta seguía siendo atractiva: nombres como Lambrini Girls, bar italia, Blonde Redhead, MJ Lenderman & The Wind, DIIV y Tropical Fuck Storm hablaban por sí solos. El last minute del dúo británico Bob Vylan, cancelado en Estados Unidos y puteado por la mismísima BBC, fue un gran tanto canelero. La posibilidad de ver a Maruja –única cancelación de esta edición– antes de que eclosionaran del todo estaba ahí. Amenra suscitó un enorme interés entre la comunidad metalera. El plantel de bandas nacionales, con habituales como Biznaga o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, y proyectos crecientes o consolidados como Somos La Herencia, el diablo de shanghai o Depresión Sonora, era un reclamo buenísimo.
Por el momento, se ha notado una mayor apuesta por el ahorro y la sostenibilidad –la reutilización de los vasos y otros materiales, el uso de un solo escenario el primer día–, mientras que la primera jornada, tradicionalmente gratuita, este año tenía un precio simbólico para quienes no hubieran pillado abono o entrada de día. Por lo demás, el Canela sigue siendo un festival adorable y confortable, que cuida de su público fiel y de las bandas que lo han hecho crecer. Es ese público el que, en lo sucesivo, quizá tenga que cuidar, un poco más, del Canela. Isabel Guerrero
A Casero le tocó el primer bolo de la tarde en el escenario Fistro, y después de un escuetísimo “hola” arrancó con “Algo que ganar” y su estribillo en forma de dardo sutil: “Quería tener algo que ganar / porque nada te sale mal”. La ex Solo Astra, antes conocida por MOW, compone historias propias de la generación del deseo frustrado, bedroom pop en el que se entremezclan tradiciones del alt rock en versión soft: Weezer, Built To Spill. Arpegios suaves –qué estilo el de Gaby, de Amor Líquido, a la guitarra– para escenificar relaciones en conflicto (“La verdad”, “Cuanto más”) o el bajón diario, a veces, de vivir. Unas descargas eléctricas en la guitarra de nuestra protagonista lastraron la última parte del concierto, para la que “Cada superficie” fue el broche apropiado.