Bob Vylan y el mensaje directo. Foto: Pabo Macías
Bob Vylan y el mensaje directo. Foto: Pabo Macías

Festival

Canela Party, a contracorriente

El gran pitote malagueño, 17 ediciones después, ha cumplido con una apuesta artística atractiva pero retadora. Se ha molestado en tomar el pulso a los tiempos –con “Israel Estado genocida” como declaración política– haciendo de lo político algo personal. Y ha puesto de manifiesto, en cuatro intensas jornadas celebradas entre el 20 y el 23 de agosto en Torremolinos, la lucha contra los elementos que supone organizar un festival de estas dimensiones.

En la liga de los festivales pequeños pero matones, cada uno con sus peculiaridades y bondades, el malagueño Canela Party ha despuntado como un evento singularísimo. Cuatro jornadas, carteles innegablemente interesantes, emplazamiento –desde hace cuatro años– cómodo y eficaz y una convivencia entre artistas y público que con la excusa de la fiesta de disfraces se traduce en surrealista complicidad. Esto está muy bien. Tiene mucho mérito, además, que la organización del festival haya elegido ser un evento independiente en el tiempo, su apuesta por establecer unos límites a la contra de la gula del capital. El problema es si ese público es suficientemente fiel a la apuesta. 16.000 personas han asistido a los conciertos celebrados en el Recinto Ferial de Torremolinos. No está mal, aunque preocupa este reflujo. Esto nos lleva a hacernos algunas preguntas: ¿quiénes podrán seguir sosteniendo esta encomiable aventura?, ¿los amantes de la fiesta?, ¿los melómanos?, ¿ambos?

En tiempos inflacionarios como estos, la organización ha luchado contra los elementos para confeccionar el cartel. Sin cabezas de cartel de relumbrón, la propuesta seguía siendo atractiva: nombres como Lambrini Girls, bar italia, Blonde Redhead, MJ Lenderman & The Wind, DIIV y Tropical Fuck Storm hablaban por sí solos. El last minute del dúo británico Bob Vylan, cancelado en Estados Unidos y puteado por la mismísima BBC, fue un gran tanto canelero. La posibilidad de ver a Maruja –única cancelación de esta edición– antes de que eclosionaran del todo estaba ahí. Amenra suscitó un enorme interés entre la comunidad metalera. El plantel de bandas nacionales, con habituales como Biznaga o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, y proyectos crecientes o consolidados como Somos La Herencia, el diablo de shanghai o Depresión Sonora, era un reclamo buenísimo.

Por el momento, se ha notado una mayor apuesta por el ahorro y la sostenibilidad –la reutilización de los vasos y otros materiales, el uso de un solo escenario el primer día–, mientras que la primera jornada, tradicionalmente gratuita, este año tenía un precio simbólico para quienes no hubieran pillado abono o entrada de día. Por lo demás, el Canela sigue siendo un festival adorable y confortable, que cuida de su público fiel y de las bandas que lo han hecho crecer. Es ese público el que, en lo sucesivo, quizá tenga que cuidar, un poco más, del Canela. Isabel Guerrero

La Milagrosa: post-punk e ironía. Foto: Pablo Macías
La Milagrosa: post-punk e ironía. Foto: Pablo Macías

Miércoles, 20 de agosto

Primera jornada de un Canela que arrancó con cinco bandas en el mismo escenario –el Fistro, privilegiado con la sombra vespertina–, tres menos que en 2024, así que habría que esperar unos 20 minutos entre concierto y concierto, pero no parecía importar mucho: era día de rencuentros en el público local. La Milagrosa se esforzaron, con éxito, por levantar los ánimos compensando la introspección post-punk con invitaciones a bailar y fina ironía. Todo eso está en su repertorio, repartido entre su largo de debut, “Ya no me duele mal” (2025), y varios EPs previos. “La vida es una mierda pero a veces mola un poco”, sueltan antes de asaltar la canción del mismo título: puerta abierta al optimismo. No se olvidaron de “Disco”, versión traducida del tema de los estadounidenses Surf Curse que defendieron a tres voces. Sentenciaron en el tramo final con “Ponzano”, “Coletero”, “Cansado” y un medley de sus estribillos más pegadizos en el que se sumó a cantar la batería, Marina Moon.

Con un fragmento del cortometraje “La isla de las flores” (1989), del cineasta brasileño Jorge Furtado, se presentan palmeras negras, desde Almería, para amansar a la audiencia canelera. En realidad, los pasajes evocadores y los susurros envolventes anuncian tormenta. Del debut del joven cuarteto, “s/t” (2024), lo mismo se puede decir, y se ha escrito que es slowcore, shoegaze, doom, noise y todo tipo de combinaciones intermedias. En su directo ese alarde de eclecticismo (sin pasarse) se condensa en un post-rock opresivo que culminan con explosiones metaleras en un bucle hipnótico. Ana Berrocal

palmeras negras: slowcore y más. Foto: Pablo Macías
palmeras negras: slowcore y más. Foto: Pablo Macías
La política hizo su entrada con el corazón puesto en Gaza, e “Israel Estado genocida” fue el statement del festival. Serpiente Orión se plantó ante su parroquia con una puesta en escena muy competente para desplegar su post-hardcore bien armado, donde destacaron los timbales etéreos y voces ultraterrenales, con lugar para la rabia –“Hasta aquí”, “Valdepenas”– y epicidad justa. Quitando algunas vibraciones molestas en la base rítmica, el concierto les salió apañado. Porque los ajustes de sonido hicieron de las suyas.

Serpiente Orión: post-hardcore competente. Foto: Pablo Macías
Serpiente Orión: post-hardcore competente. Foto: Pablo Macías
Pasó con Maria Iskariot, desde Flandes, quienes pese a pasárselo estupendamente sufrieron de un feedback matador en mitad de un set punk que espoleaba al personal con el riff Stooges de “Lief Klein Hind” y Helena Cazaerck surfeando entre esas cabezas, el pogo… El paquete canelero completo. El esquema estrofa ruidosa-estribillo-estrofa debería dar más de sí, si confiamos en el sencillo “Leugenaar”, de rock afilado y estructura menos previsible. Fue curioso escuchar a los Pixies en neerlandés (“Tijm”, o sea, “Tame”).

Maria Iskariot: punk flamenco. Foto: Pablo Macías
Maria Iskariot: punk flamenco. Foto: Pablo Macías
Que Kokoshca es una banda querida –mi compañera Ana Berrocal dixit– por la indiesfera pop saltó a la vista de madrugada. Gozaron, desde luego, de mejor sonido que sus precedentes y fueron soltando himnos incontestables como “Regresando a la ciudad” (tercer puesto entre las mejores canciones nacionales de 2021 según Rockdelux), “La juventud” o “Huella de ti”, con las bazas de las voces alternas/sobrepuestas de Amaia e Iñaki en una madurez plena, espacio para la insatisfacción generacional (“Parkour”) y la lucha de clases, doblando su apuesta rítmica en “Himno de España”, dedicada a este pueblo traicionado que es el nuestro (Paul Preston meets Kokoshca). Puños en alto y cierre. Isabel Guerrero

Kokoshca: puños en alto. Foto: Pablo Macías
Kokoshca: puños en alto. Foto: Pablo Macías

Jueves, 21 de agosto

Cuando Mourn aparece en el escenario Jarl el sol ya no deslumbra. Bien, así podemos distinguir con qué soltura se desenvuelven en él las hermanas Jazz y Leia Rodríguez, Carla Pérez y Oriol Font. Traen “The Avoider” (2024), su sexto álbum, del que extraen en primer lugar “We Could Be Friends”, directa y vigorosa como será todo su concierto. Gritan –mucho–, bailan y saltan con la confianza que da llevar más de una década en esto y haber girado por medio mundo para defender unas canciones con un acabado impecable. Se pasan al español en “Alegre y jovial” y “Verdura y sentimientos” y estrenan en directo “En el lago”. No se puede pedir más.

Mourn: impecables. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Mourn: impecables. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Dos turnos después, el escenario es de Phoebe Lunny y Lily Macieira, las Lambrini Girls, con Misha Phillips a la batería completando la formación en directo. Phoebe, guitarra y voz, irrumpe con dos middle fingers como saludo inicial. En cinco minutos ha abierto un hueco entre el público y lo tiene de rodillas tocando palmas. Por si las canciones de las de Brighton no son bastante comprometidas –los títulos no engañan: “Terf Wars”, “Filthy Right Nepo Baby”–, entre tema y tema dan rienda suelta a su cabreo apuntando en todas direcciones: el capitalismo, el imperialismo, el feminismo, la homofobia, los derechos trans, Palestina, la clase obrera, Bono, “Got Talent”... “Si alguien no está de acuerdo, que se vaya”, ordenan. Es su fiesta.

Lambrini Girls: el medio y el mensaje. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Lambrini Girls: el medio y el mensaje. Foto: Soledad Villalba Cumpián
En la jornada más reivindicativa que se recuerde en un Canela los protagonistas fueron el dúo inglés de punk rap Bob Vylan, última confirmación gracias a los rápidos reflejos de los organizadores tras el escándalo de Glastonbury en junio. Animar a corear “muerte, muerte a las IDF” –también se escuchó en Torremolinos– les valió las etiquetas de antisemitas y criminales, lo que derivó en la cancelación de parte de su gira. Ahora, el cantante Bobby Vylan (Pascal Robinson-Foster) aparece tranquilo y sonriente, tiene un micro y recibe toda la atención. Dedica los primeros minutos a meditar y a hacer estiramientos. Con el apoyo del batería Bobbie Vylan (Wade Laurence George), fue reafirmando explícitamente su postura sobre todas las causas con las que están comprometidos y que tratan musicalmente en piezas cargadas de mensajes políticos y antisistema envueltos en una mezcla de punk, hardcore, grime y reggae. “Somos independientes, no tenemos sello y podemos decir lo que queramos”, suelta orgulloso. Habla de racismo, clasismo, homofobia, sexismo y, por supuesto, del apoyo a Palestina, en proclamas que subrayan mostrándolas en la pantalla a sus espaldas. “Podemos irnos a dormir sabiendo que hicimos lo correcto”, concluyen. Su mensaje fue entregado con éxito.

Bob Vylan: Pascal Robinson-Foster, antisistema. Foto: Pablo Macías
Bob Vylan: Pascal Robinson-Foster, antisistema. Foto: Pablo Macías
Aiko el grupo se adelantan una hora y media. Este va a ser un concierto de despedida de parte de su repertorio para dejar hueco a nuevas grabaciones. Pero eso no lo sabremos hasta bien avanzado el concierto. Antes habrán despachado “Soy una fracasada estúpida”, “k pesao” o “Romantinski” con la fuerza que da desahogarse en un lenguaje llano enfatizado con un buen guitarreo. “El disco nuevo es mucho mejor”, prometen.

Aiko el grupo: gran fuerza. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Aiko el grupo: gran fuerza. Foto: Soledad Villalba Cumpián
El debut de Sal del Coche, “Ciudad de polvo” (2024), suena aún más libérrimo y desconcertante en directo. La formación bilbaína, con miembros de Vulk –a punto estuvieron de tocar en la edición del festival de 2023– parece guiarse por la intuición más que por la intención. Con bajo, teclados, batería, saxofón y caja de ritmos, cogen lo que necesitan de la no wave, el hip hop o el jazz sin quedarse con ningún estilo. Blanca Marín, de Joder Juan, se unió a la fiesta en “Máquina de humo”, antes de la tanda de confeti que puso fin a una actuación que apenas superó la media hora. Ana Berrocal

Sal del Coche: batidora de ritmos. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Sal del Coche: batidora de ritmos. Foto: Soledad Villalba Cumpián

A Casero le tocó el primer bolo de la tarde en el escenario Fistro, y después de un escuetísimo “hola” arrancó con “Algo que ganar” y su estribillo en forma de dardo sutil: “Quería tener algo que ganar / porque nada te sale mal”. La ex Solo Astra, antes conocida por MOW, compone historias propias de la generación del deseo frustrado, bedroom pop en el que se entremezclan tradiciones del alt rock en versión soft: Weezer, Built To Spill. Arpegios suaves –qué estilo el de Gaby, de Amor Líquido, a la guitarra– para escenificar relaciones en conflicto (“La verdad”, “Cuanto más”) o el bajón diario, a veces, de vivir. Unas descargas eléctricas en la guitarra de nuestra protagonista lastraron la última parte del concierto, para la que “Cada superficie” fue el broche apropiado.

Casero: historias de la vida. Foto: Pablo Macías
Casero: historias de la vida. Foto: Pablo Macías
En una jornada altamente estrogénica, Ecca Vandal se instaló como jefaza automáticamente. “Is Anyone Listening?”, tralla punk hardcore de su formato trío, dejó el listón adrenalínico bien alto. Explotó asimismo su lado R&B metalizado en “Came For The Loot”, demostrando que para llegar a ser una estrella se ha de apuntar maneras, y la australiana (nacida en Sudáfrica de ancestros tamiles) las tiene. Con el punto de chulería perfecto en “Bleed But Never Die” (versos retadores: “Swing a bat at a bitch again / And show me who’s the tough guy”), sexi pero no matón. Lo mejor: montó un pogo femenino, haciendo suyo el girls to he front feminista de toda la vida. Unos cuantos empujones después, seguimos sintiendo fuerte a una artista delante de un proyecto que se ha ido rockerizando desde 2017 hasta llegar a “Cruising To Self Soothe”, que no faltó en su poderoso show.

Ecca Vandal: infusión de adrenalina. Foto: Pablo Macías
Ecca Vandal: infusión de adrenalina. Foto: Pablo Macías
Tras los vendavales del Reino Unido (Lambrini Girls, Bob Vylan), el respetable andaba listo para Biznaga, banda fetiche del festival sureño. Biznaga nos pertenece. El cuarteto se ha erigido como grupo que se nota, se mueve y traspasa su propia quinta, a la que le dedicó la muy coreada “Contra mi generación”, instante álgido de un set donde asistimos –de nuevo– a la evolución del punk más primigenio y del post-punk de tradición inglesa hacia melodías pop, pero airadas. Nos convence la rabia sin ambages del cantante y guitarrista Álvaro García: patente, vigente, consecuente. “¡AHORA!” (2024) es un disco político que nos ha golpeado a muchos, las víctimas de la violencia inmobiliaria. “¡Dios! la pantalla es Dios / Y yo su apóstol” es un grito de guerra para acometer un concierto que –les parafraseamos– “no debería ser un concurso de gente auténtica”. Hubo un apagón momentáneo, dio igual. Se está del lado de Biznaga o no se está.

Biznaga: fetiche canelero. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Biznaga: fetiche canelero. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Después de Sal del Coche –debido a unos ajustes de horario fruto de la lastimosa cancelación de Maruja– fue el turno de Somos La Herencia y su colofón noise, declaración estética de un show con feedback controlado que apenas dio tregua a nuestro sentido más amado/castigado en cortes como “Pesar” –post-punk filtrado por sintetizador– o “Cenar de pie”, el temazo de “Joven predicador” (2024), su segundo LP. El tramo final, con “Todos bajan la colina”, previa advertencia de su cantante, ahondó en su propuesta hasta el extremismo. Y por extraño que parezca, ningún elemento chirrió aquí a pesar del sonido: violento. Isabel Guerrero

Somos La Herencia: propuesta extrema. Foto: Pablo Macías
Somos La Herencia: propuesta extrema. Foto: Pablo Macías

Viernes, 22 de agosto

Bum Motion Club como primer plato del viernes anuncian aires de cambio en el Canela con respecto a la jornada anterior: si ayer todo era rabia, hoy domina la melancolía. Empiezan directamente con “La muerte del mañana”, el tema del que sacan el título de su único álbum, “Claridad y laureles” (2023) y que contiene su estribillo más reconocible. Ya se nota que vienen rodados. El quinteto de Aranjuez hace equilibrios entre el post-punk y el shoegaze y se luce especialmente cuando aplica tres guitarras. “Abismo”, penúltima del set, hubiera sido un remate perfecto con su mensaje esperanzador: “Hay una luz, si la sigues, te llevará hacia otro lugar”.

Bum Motion Club: equilibrios y melancolía. Foto: Pablo Macías
Bum Motion Club: equilibrios y melancolía. Foto: Pablo Macías
“Quizá el momento más pop de la historia del Canela Party”, me dice con toda la razón quien está a mi lado durante el concierto de Ducks Ltd. El dúo canadiense formado por Tom McGreevy y Evan Lewis –en directo son cuatro músicos– demuestra lo que ya recogían sus dos discos: que saben aplicar la fórmula del jangle pop para obtener piezas perfectas de alegre melancolía. Nos dejamos llevar por sus guitarras y cuando encadenan “Train Full Of Gasoline”, “Harm’s Way” y “The Main Thing” perdemos la noción del tiempo. Rematan con “18 Cigarettes” para dejar un recuerdo inmejorable. Incomprensiblemente, al final del concierto el público se ha reducido de manera considerable. ¿Será que a los canelistas no les gusta el pop?

Ducks Ltd.: pop made in Toronto. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Ducks Ltd.: pop made in Toronto. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Desde el momento en que Kasu Makino y los gemelos Amedeo y Simon Pace emergen entre el humo que flota en el escenario Jarl queda claro que el magnetismo de Blonde Redhead sigue intacto así pasen 30 años, los que abarca su carrera musical. El trío neoyorquino demostró con “Sit Down For Dinner” (2023) que había motivos fundados para alegrarse por su regreso después de una pausa de nueve años, y lo confirma con un directo de los que se recuerdan. Tomando canciones de toda su discografía, modula la tensión entre dream pop y neopsicodelia y deja al público embobado. En una noche más ligera de mensajes políticos, Makino apareció con la kufiya palestina al cuello, se puso una camiseta con el mensaje “Palestina will live forever” cuanto atacaron la esperada “23” y se despidió con un escueto “Free Palestine”.

Blonde Redhead: trío infalible. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Blonde Redhead: trío infalible. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Los referentes del emocore The Get Up Kids siguen celebrando los 25 años de su segundo disco, “Something To Write Home About” (1999). El suyo fue un concierto sin sobresaltos en el que repasaron fielmente y en orden las canciones de un disco que contribuyó a definir el género. Los de Kansas tienen a su favor la frescura atemporal de canciones como “Holiday” o “Red Letter Day” y en su contra un público en constante búsqueda de excitación. “I’m A Loner Dottie, A Rebel” desató las fuerzas del pogo, pero pocos minutos después el interés decayó con “Long Goodnight”. Bonus final con “Don’t Hate Me”, esta de su primer disco.

Para concluir el viernes, la negrura de las canciones de Marcos Crespo ocupa todo el escenario Jarl. La escenografía amplía el pesimismo pospandémico que transmite Depresión Sonora, que en directo se convierte en un quinteto capaz de convencernos de que no hay verano en pleno agosto en Torremolinos. Terminan con “Hasta que llegue la muerte” y la explosión de confeti parece la promesa de que, si del Canela depende, moriremos bailando. Ana Berrocal

The Get Up Kids: sin sobresaltos. Foto: Pablo Macías
The Get Up Kids: sin sobresaltos. Foto: Pablo Macías
“Amor eterno al Canela Party 2025”, rezaba el setlist donde Maple organizó su show de reencuentro, sueño hecho realidad. El quinteto de Barcelona se subió al escenario 15 años después: al acabar la primera canción, Laura, Dani, Edgar, Wero y Cristian se juntaron todos al borde del escenario, en un gesto de hermandad que ponía los vellos de punta. Pero es que fue así todo el tiempo. Saludables nervios, gestos de complicidad, sonrisas. “The Daily Charm” (2003) dominó un set que incluyó lo más reciente, la fenomenal “The City Of Warmth”. Cuando llegó el turno de “On The Bright Side”, el público lloraba. Nunca la etiqueta emocore tuvo tanto sentido.

Maple: el retorno. Foto: Pablo Macías
Maple: el retorno. Foto: Pablo Macías
Se sabe que un grupo puede defraudar en directo o ganar enteros. ¿Y si nos sacamos de la manga una tercera categoría? La de bandas que debes ver en directo si quieres hacerte una idea del cuadro completo. bar italia pertenece a esta categoría. Trío en una noche de tríos (Blonde Redhead, Tatxers), en apenas un lustro –y con el próximo LP a la vuelta de octubre, “Some Like It Hot”– se ha erigido en uno de los nombres imprescindibles del rock independiente estilizado, sofisticado, retorcido y sinuoso. Así que sí, si quieres saber de qué van Jezmi Tarik Fehmi, Nina Cristante y Sam Fenton lo mejor es contemplar el cableado eléctrico invisible que, vía Cristante en las voces y el contoneo, media en un no-duelo guitarrístico tenso e interesante. Ese es el punto, y el lanzamiento de pompas de jabón dio un lustre especial. Secundados por bajista y batería, y muy deseados por el público canelero (fueron baja en 2024), les quitan de las manos los temazos: “punkt”, “Nurse!”, “my little tony”, “worlds greatest emoter”... y lo que viene, como “Fundraiser”.

bar italia: camino de sofisticación. Foto: Soledad Villalba Cumpián
bar italia: camino de sofisticación. Foto: Soledad Villalba Cumpián
En la organización del Canela hay –al menos– un corazoncito metalero. Amenra, este año, ha sido “su” apuesta, de un brillo estelar. Suena a paradoja, dada la goticidad del grupo belga de post-hardcore, black metal, doom o como lo queramos encajonar. Es un show visceral y litúrgico, calculado al milímetro. Liderados por Colin H. van Eeckhout y Mathieu Vandekerckhove desde 1999, “Razoreater” –incluida en “Mass IIII” (2008); añadieron cortes de “Mass III” (2005) y “Mass VI” (2017)– fue su atronadora introducción, que de inmediato conjuró a ese sector del público que había ido a Torremolinos a verlos, exprofeso. Coreografía mimética de una banda donde la jefatura está establecida: queda patente en la dolorosa interpretación de piezas como “A Solitary Reign”, de una belleza extraordinaria. Confeti negro para un epílogo histórico.

Amenra: apuesta estelar. Foto: Pablo Macías
Amenra: apuesta estelar. Foto: Pablo Macías
Ya de madrugada, dos grupos vinieron a rebajar tanta emotividad y tensión, con permiso de Depresión Sonora. Por un lado Tatxers, desde Pamplona, con un sonido que se mueve entre power pop, jangle pop, oi!, revival mod, punk-pop… y que no fue el mejor –el sonido, en especial la batería, qué dolor–. Tampoco fue la mejor actitud dirigirse a la peña en euskera, la verdad. Por lo demás, sus temas basados en arpegios luminosos, subidas rítmicas convincentes y armonías vocales que empoderan las canciones lucieron como pudieron.

Axolotes Mexicanos homenajearon a Mortadelo y Filemón con sus disfraces. Pese a la espantadilla tras Amenra, gozaron de la complicidad de la gente, complacida en su universo pop (“Amarre”), naíf chungo (“Nacida para sufrir”, “Te quiero (...)”) y humor punk (vídeos de Idealista o de la rehabilitada Yurena/Tamara). Y eso es muy Canela. Isabel Guerrero

Tatxers: revival navarro. Foto: Pablo Macías
Tatxers: revival navarro. Foto: Pablo Macías

Sábado, 23 de agosto

El sábado es el día de los disfraces en el Canela Party y el público se retrasa o, si llega a primera hora, está distraído ultimando su indumentaria, comentando las ocurrencias estilísticas de otros o haciendo cola para la foto oficial. A el diablo de shanghai les tocó abrir el escenario Fistro en esas circunstancias tan poco favorables para un grupo que merece toda nuestra atención. La banda catalana salió luciendo atuendos playeros y ni así perdieron credibilidad ejecutando su punk-rock mordaz e inteligente, con el cantante Juan Trías de Bes sacando el máximo partido a sus dotes escénicas.

el diablo de shanghai: hojas mordaces. Foto: Pablo Macías
el diablo de shanghai: hojas mordaces. Foto: Pablo Macías
En el escenario Jarl, el trío madrileño shego presentó “No lo volveré a hacer” (2025), la crónica del proceso de superación de una ruptura sentimental. Maite Gallardo, Charlotte Augusteijn y Raquel Cerro proponen plantar cara a las desventuras a base de riffs, con la actitud de quien sabe que ha llegado su momento. Juegan a provocar, son guerreras y salieron a demostrarlo. Cayó su versión de “¡Viva!”, incluida en el disco de tributo a Los Punsetes “¡Que le den por culo a tus amigos!” (2024).

shego: esa actitud. Foto: Pablo Macías
shego: esa actitud. Foto: Pablo Macías
Por lo menos cinco veces repitió Barry Johnson, vocalista de Joyce Manor, que era la primera vez que actuaban en España. Ese entusiasmo llegaba en forma de indie rock guitarrero a través de sus canciones, con las que montaron uno de los setlists más largos del festival. Su falta de ostentación resultó refrescante. Llevamos el disfraz dentro”, se excusó por no cumplir con el dress code recomendado. Seguro que han pensado en alguno para volver al festival.

Joyce Manor: gimme indie rock. Foto: Pablo Macías
Joyce Manor: gimme indie rock. Foto: Pablo Macías
Salen a escena un payaso, un pirata, una agente de policía y la Alicia del País de las Maravillas. Son DIIV y van a hacer historia en el Canela con un concierto sobre los que hay unanimidad: solo por ellos mereció la pena estar allí. La banda de Brooklyn que lidera Zachary Cole Smith, tremendo personaje, nos atrapó con su shoegaze desbordante casi sin que nos diéramos cuenta. Solo rompen la burbuja para proyectar unos vídeos paródicos sobre el capitalismo, las fake news o la crisis climática.

DIIV: shoegaze de lujo. Foto: Soledad Villalba Cumpián
DIIV: shoegaze de lujo. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Parquesvr son hijos del Canela. Han contado que tuvieron la idea de formar el grupo en el mismo festival y, durante esta actuación, revelan que “Tu nombre es una puerta por cerrar” se empezó a gestar también allí tres años antes. Aquí son bien conocidas sus canciones descacharrantes basadas en la vida misma. Estrenan “Palco”, con alusiones a Isabel Ayuso, Rafa Nadal, Carmen Lomana o Carlos Vives.

Parquesvr: como la vida misma. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Parquesvr: como la vida misma. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Su concierto fue un buen preludio para lo que vino con los neoyorquinos Les Savy Fav en el escenario Fistro. Es la penúltima actuación del Canela 2025 y hay que gastar la energía que queda, da igual lo que pase. El mood general de desfase viene al pelo. Porque Tim Harrington viene a liarla, como demostró en el escenario de al lado dos años atrás, en la edición en que la meteorología obligó a pausar las actuaciones: “¿Dónde está el viento? ¿Dónde está la tormenta? ¡Esta es la tormenta!”, grita en un momento del show. Fue incontrolable desde el primer minuto: se paseó entre el público como si quisiera saludar personalmente a cada asistente, robó caretas, llegó a la mesa de control para jugar con las luces del escenario… Todo eso sin dejar de despachar con su banda una colección de hits de punk-pop que hubieran garantizado un buen concierto aún sin tanto espectáculo. Hubo ración extra de confeti para ellos. Ana Berrocal

Les Savy Fav: Tim Harrington, ese hombre. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Les Savy Fav: Tim Harrington, ese hombre. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Una cancha de tenis vacía fue la imagen con que se presentaron MJ Lenderman & The Wind en el crepúsculo de la tarde del sábado, durante la jornada más festiva, valga la redundancia, del festival. Mark Jacob Lenderman repite, estuvo en 2024 con Wednesday, así que para la organización fue fácil que viniera con una banda vestida de blanco Wimbledon. Se animó, durante el concierto, a dar algún golpe de derecha con la guitarra, estuvo lacónico pero dulce y enamoró al personal con su muy celebrado cuarto disco, “Manning Fireworks” (2024). Su traslación al directo fue impecable: “Wristwatch”, “On My Knees”, “Rudolph” o “She’s Leaving You” –con un solo de guitarra grandioso– son canciones por las que merece la pena seguir creyendo en el poder de la música para sobrevivir mejor. Lenderman, antiguo monaguillo, lo sabe. Y sacar la garra: lo hizo con “Knockin”, llevando, una vez más, las fronteras del folk-country a otro nivel.

MJ Lenderman & The Wind: el poder de las canciones. Foto: Pablo Macías
MJ Lenderman & The Wind: el poder de las canciones. Foto: Pablo Macías
Todo hacía pensar, por la predisposición del público y el día que era, que el show de Frankie And The Witch Fingers iba a ser un éxito. Lo fue. Casi diez minutazos de psicodelia a toda leche para empezar y una frase, “¿estáis loco?”, que arengaba a la masa caneloide, que llevaba en volandas un pulpo gigante de cartón. El problema del concierto, en la onda Osees, y sonando como un cañón, fue su repetitividad y falta de temas con verdadero punch.

Frankie And The Witch Fingers: acelerón psicodélico. Foto: Pablo Macías
Frankie And The Witch Fingers: acelerón psicodélico. Foto: Pablo Macías
Al contrario, Fat Dog demostraron que apostar por el dance punk (aquí, además, con ribetes del klezmer ashkenazí) sigue siendo muy buena idea si hay fundamento: canciones. En directo, las canciones de su debut, “WOOF.” (2024), conectaban con el espíritu del festival, y Joe Love, a pie de público casi todo el show, encajó su caos en el propio caos colectivo. Un win-win.

Fat Dog: ideas con fundamento. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Fat Dog: ideas con fundamento. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Uno de los eslóganes del Canela es “Hecho en Andalucía para el mundo”. Los sevillanos Derby Motoreta’s Burrito Kachimba parecen hechos para el festival por muchas razones: musicales, pero igualmente por una actitud como banda que se aleja del rollo macho de sus propias referencias rockeras. Quedó patente el sábado, tocando como lo hicieron de guisa futbolera –con recuerdo para la infancia milenial con la serie de anime “Campeones: Oliver y Benji”: al acabar, en versión bakala– en “el mejor festival del mundo” (Dandy Piranha dixit). Con temas como “Seis pistones (Makensy’s Dream)” la peña estaba entregada, mientras seguían endureciendo su sonido, tan stoner y heavy psicodélico. Están llamados a reencarnar la esencia del rock andaluz anegada de poesía (“vimos a la diosa del amor / bailando en todo su esplendor”), sin desmerecer la autoetiqueta kinki que en “Las leyes de la frontera” adquiere su mayor expresión: Na-ra-ra-rai, na-rai-ra-ra-ra”.

Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: orgullo kinki. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Derby Motoreta’s Burrito Kachimba: orgullo kinki. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Tropical Fuck Storm, con la bajista y cantante Fiona Kitschin ya recuperada del cáncer de mama que padecía, saltó al escenario Fistro cerca de las dos de la madrugada. Había expectación, en especial para quienes no habíamos visto antes al tándem Kitschin/Liddiard –amplificado aquí, y de qué manera, por Lauren Hammel y Erica Dunn– con los añorados The Drones. De la primera a la última canción –de “Braindrops” a su minimalista versión de “Stayin’ Alive” (Bee Gees)– el sonido fue de una rugosidad –adrede con la voluntad tóxica, cortante, experimental de los australianos, me dicen– que a algunas se nos hizo cuesta arriba, pese a composiciones tan “asequibles” –incluso para ellos– como “Irukandji Syndrome”, más aún en la muy drone “You Let My Tyres Down”.

Tropical Fuck Storm: arenas movedizas. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Tropical Fuck Storm: arenas movedizas. Foto: Soledad Villalba Cumpián
Disfrazados de Turbonegro, los gallegos Grande Amore remataron el festival con su propuesta Suicide, reforzando, eso sí, las guitarras, con Jaco –colaborador habitual– y Raquel, de shego. Su frontman, Nuno Pico, tuvo todo el arte del mundo y despidió al canelismo con una versión hiperacelerada del “Kick Out The Jams” de MC5. Isabel Guerrero

Grande Amore: el arte de Nuno Pico. Foto: Pablo Macías
Grande Amore: el arte de Nuno Pico. Foto: Pablo Macías
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