
Suena a distopía futurista, fruto de la mezcla entre el universo kawaii y la cultura rave. La fusión tiene más sentido del que cabría esperar, y es que la estética Lolita, aunque a simple vista se asocie a lo infantil y lo encantador, nace en realidad de una respuesta cultural posbélica mucho más oscura. Es un compendio de dulzura contaminada de agresividad. “Belleza y violencia”, la primera composición de este debut, es una clara muestra de ello: un sintetizador monísimo abre con una intro que va perdiendo peso en favor de un muro. Si algo define este LP es su cualidad de electrónica tórpida, algo sucia y perezosa, donde las texturas parecen arrastrarse con dificultad a través de lugares sombríos. Marta España
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Haría falta un máster para calibrar su propuesta junto a otras combinaciones de músicas de raíz irlandesa con beats contemporáneos que se nos escapan, porque justo es eso lo que proponen en su disco de debut los productores Marc Fernández y Leo Pearson junto a la vocalista irlandesa Nell Ní Chróinín, una de las figuras prominentes del sean nós. Los sintetizadores analógicos, los ritmos sincopados, las panorámicas instrumentales y el canto muestran amplitud de miras. Desde una ancestralidad que luce brillante en “The Mountain” o “Fós”, y que en un arrebato sinestésico puede alumbrar en nuestra mollera los parajes de Irlanda, hasta los arranques de electrónica de “Ar Casa”. Carlos Pérez de Ziriza
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Aquí hay una nostalgia post-punk que se actualiza desde una visión contemporánea. Y sin el monolitismo que irradian otros cancioneros de músicos de la misma hornada. Muchas cosas bien dispuestas, desde luego. Y con quejío, crujío y tronío. “Príncipe” puede recordar tanto a Depresión Sonora como a La Dama Se Esconde. Cuando irrumpe el psych-pop de “Entre cemento, luz rota y”, te convences de que su seductora atmósfera se alinea con lo que en los últimos tiempos formulan bandas como Bum Motion Club, Gazella o Vera Fauna. Y “cristal gris.” luce como unos Cocteau Twins meciéndose sobre un zapateado flamenco. Syd dePalma es un talento marcadamente singular. Carlos Pérez de Ziriza
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La principal novedad de este tercer largo es que se han despojado de los ritmos. El origen más IDM del dúo se ha diluido en un prisma más ambient, o incluso cercano a la música clásica contemporánea. Como si su sonido ya renunciase por completo a hacer bailar y apostara por lo contemplativo o por la meditación, por una incitación a mirar hacia el interior. Se han basado en el concepto del equilibrio inestable, ese punto de fragilidad en que algo está a punto de cambiar. Musicalmente, lo plasman solamente con pianos, cuerdas y mantos de sintetizadores, dejando que el poder de la armonía guíe los temas. En algunos momentos, esa armonía se desvía de su camino más previsible. David Saavedra
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Entre que las canciones apenas superan los tres minutos y que han seleccionado nueve, todo pasa en un suspiro. “Verdura y sentimientos” despide la colección con ese pop de guitarras que en los noventa maridaba bien con el indie rock, cuando aún no se había desfigurado por completo la etiqueta. Nada que envidiar a las también jóvenes e inspiradas norteamericanas Horsegirl, que transitan dicha senda. Se acaba y, además de la alegría que proporciona escuchar un disco tan bien hecho, queda la sensación de que inaugura un nuevo camino que puede reportar muchas alegrías en un futuro próximo. Lo primero será comprobar con gusto cómo encajan las nuevas canciones en su enérgico directo. Pepe Nave
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No es sencillo encontrar un hueco específico dentro del revivalismo folclórico en el que suele encuadrarse la música de Ruiseñora, “movimiento” sin cuartel general –tenemos una tierra demasiado rica en sonidos, acentos y tradiciones–. Atilio González –Los Lagos de Hinault– y Elia Maqueda –Espiritusanto– han encontrado el suyo propio y en él se acurrucan sin complejos, como demuestran con la versión que han incluido en “Aurora” de “Dos cruces”, uno de los boleros más dramáticos del bilbaíno Carmelo Larrea. El disco también contiene canciones de pop sin tonillo, la coral “Déjalo arder”, la nómica “Para no olvidar” o la panorámica “Agua seca” –lo mejor del disco junto a “Aurora”–. José Manuel Caturla
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No es un disco que merezca impresiones apresuradas. Demanda una inmersión a conciencia, porque arranca con “El circ del mosquits” y te parece estar ante un clon de los primeros Manel. Basta llegar al séptimo corte, “Al pur estil Manel”, para darse cuenta de que todo en el segundo álbum de Fermi es de una transparencia desarmante, desde lo naíf de su portada. Sin subterfugios, sin coartadas, con cierta dosis de ironía y sarcasmo, aunque el descorche maneliano quizá no le beneficie en tiempos de escuchas urgentes. El elenco de participantes externos mejora el resultado y cuaja con la naturalidad de esos grupos de amigos que se reúnen de cuando en cuando por puro amor al arte. Carlos Pérez de Ziriza
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Júlia Colom ha hablado de las guitarras de Joan Bibiloni como inspiración, y del folclore balear como elementos troncales en su música. Pero “Paradís” no se agota ahí: Caroline Polachek, Enya, Kate Bush, Yaeji o las israelíes A-WA han sido citadas asimismo como influencias. Su paraíso, como concepto, no tiene mucho que ver con la nostalgia folclorista o con una imagen de postal. Aunque pueda subyacer cierta idea de Edén perdido, malogrado por la turistificación y la idea de sentirte extraño en tu propia tierra, pobre y ninguneado en un territorio que el poder ha expropiado para su beneficio económico, el disco recrea más bien un estado existencial relacionado con la búsqueda. David Saavedra
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¿En qué consiste un disco de Carlota Flâneur a estas alturas, en esencia? Pues en un trazo sintético de tacto liviano, de abierta y diáfana inspiración pop, armado sobre estructuras detallistas pero en absoluto abigarradas, ni complejas o tortuosas, en consonancia con la diversidad multicromática que ha poblado hasta ahora casi todas sus portadas. Una propuesta límpida, muy aseada, que cuando busca el impacto instantáneo, lo recaba en piezas como “Trust”, que pueden remitir a cierto universo compartido con Arlo Parks o Lola Young, pero también en “Watery Eyes” (que invita tímidamente al baile) o en “Overthink”, que se mece al son de sus elegantes vaharadas de sintetizador. Carlos Pérez de Ziriza
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De lo local a lo universal, del culto a Tabletom a los furiosos arañazos selváticos del punk siglo XXI, a través del lenguaje universal de la precariedad y el descontento. El nihilismo vitalista de Carolina Durante convertido, salivazos mediante, en anarquismo guasón. Lo mismo el desguace piscodélico que el jazz protesta; el costumbrismo noise que el calipso tóxico. Desorden y desconcierto en media hora de gozoso delirio. Un loop de desencanto celebratorio, si es que existe tal cosa, en el que caben desde los Dead Kennedys hasta Tijeritas, de quien han ejercido de sorprendente banda de acompañamiento. A partir de ahí, manga ancha estilística y sensacional puntería. David Morán
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Nad Spiro es posiblemente una de las artistas más relevantes de la historia de la música experimental en este país y, sin embargo, una de las menos reconocidas. “Limbo Channel” es fruto de una residencia en los estudios del Rose Hill de Brighton, destilado en pequeñas oleadas de sonidos electrónicos analógicos y ululantes elaborados en compañía de una serie de colaboradores bautizados para la ocasión como las Limbo Stars. Un éter que parece captar señales de radio, cacofonías que vienen y van y a menudo nos hacen preguntarnos si están en el propio disco o nos llegan de otro lugar, si son fruto de nuestra propia imaginación o de un ser invocado por el campo electromagnético. Antton Iturbe
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Aquí hay hyperpop en “Cómo evitar” y vodevil en “Geperut de Notre Dame”, pero cuando llega “Claudicar” no sabes si estás ante casi tres minutos de chiptune o ante una reedición del bakalao inmisericorde de Paco Pil en “Johnny Tecno Ska”. Los cantos y cuentos populares de Cataluña pueden ser la masa del pastel, pero sobre él hay coberturas de fanfarria balcánica (“Amor ai amor”), glaseados de habanera (o de vals: “Mala maror”), decoraciones de brisa caribeña (“Villa Montaña”), praliné en forma de balada techno que acaba como el Rosario de la Aurora (“Los pesares”) y hasta un drum’n’bass cabalgado por la melodía de “Es una lata el trabajar”, de Luis Aguilé (“Esforsarse”). Carlos Pérez de Ziriza
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No es un disco cómodo. Es europeo hasta el hueso, pero desde la trinchera: desde el polígono, el piso compartido, la playlist de techno rancio y sudor queer. Las letras no predican revolución, pero tampoco bajan los brazos. SVSTO no te dice qué hacer, solo te recuerda lo jodido que está todo. A medida que “CRISIS” avanza, el sonido se adentra en un paisaje sonoro donde el techno industrial se encuentra con la furia emocional. “Pantalla” es una mirada a la angustia digital y los túneles de la sociedad contemporánea. ¿Es un disco feliz? No. ¿Es un disco necesario? Totalmente. ¿Te va a cambiar la vida? Tal vez no. Pero sí te hará sentir menos sola en este apocalipsis cotidiano. Laia Marsal
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PRESA es ahora un cuarteto, ya que antes de la grabación del disco incluyeron en la formación un batería de carne y hueso. La contundencia de su nuevo sonido se manifiesta desde los primeros golpes de baqueta de “Viene y va”. Dejando a un lado “Cuadro”, un tema que tiene más que ver con la estética de Los Planetas; “Olvidé”, de una rabia algo más punk, y “Reina de ruinas”, lo más cerca de una balada demoníaca que se sitúan, las otras cinco piezas desprenden un fragor telúrico que imagino ensordecedor en directo. Ni que decir tiene cómo deseo escuchar así “Perdóname” o “Cuerpo en llamas”, que considero los mejores temas de un disco que produce un efecto catártico. Jesús Rodríguez Lenin
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El sonido se ciñe bastante bien a aquel concepto de “Raíces y Cables” que Luis Lles acuñó para el añorado festival oscense Periferias. Contribuye a ello la producción de Marcel Bagés y David Soler, quienes han jaleado al vocalista a la hora de buscar una perspectiva más audaz de lo previsible en la construcción de las canciones. Eso se plasma incluso en la secuenciación, ya que los temas de producción más arriesgada se sitúan al principio del disco: “Moncayo” y “Villano”, que comienza recordando a Panda Bear y termina arrancándose hacia la jota festiva. “Virgen de Magallón” recrea una leyenda del siglo XIII con humor y futurismo tecnológico, incluso con una sutil manipulación de su voz. David Saavedra
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Aunque el piano es el elemento central, no es el único. Ahí están los sintetizadores y el hiperórgano. Viarnès ya había experimentado con el hiperórgano en su disco previo, “Hyper_O”, en el que empleó dos modelos distintos, pero ahora solo emplea el de madera, aunque lo hace sonar al estilo clásico. Aunque formado por piezas breves, creadas con el mínimo de recursos, nada hay en ellas que podamos considerar como “esbozos”. Al contrario, los arreglos texturales de “Post” están elaborados de una manera muy sofisticada. Las composiciones, pese a su “miniaturización”, son de una belleza catedralicia. Muestran, además, una personalidad absolutamente única. Jesús Rodríguez Lenin
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Si uno intuye que las canciones de Rachid nacieron desde el hueso, con una guitarra tocada muy bajito y una voz quebradiza pero rebosante de sentimiento, el productor David Rodríguez las ha revestido de instrumentaciones que parten de una economía de recursos, pero juegan todo el tiempo con la imaginación. Así, consigue que cada tema suena diferente a los demás y tome su propio vuelo. Es imposible no extraer una lectura política de lo que Rachid canta a lo largo de todo su disco. Es una obra de arte que busca la empatía y la comprensión desde un lugar muy íntimo, sin alzar la voz ni adoptar lenguajes o formas beligerantes, y por eso, su mensaje cala y llega con más profundidad. David Saavedra
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El álbum parte con “(Stricktly Not) Thinking Of You”, un buen número de jangle guitar a lo Go-Betweens. Es con “Lucky Guy” donde los propósitos híbridos de J’aime comienzan a asomar recordando los mestizajes electrónicos de Sonic Boom con Christopher Porpora. “Anachronistic d’amour” exhibe las diferentes facetas de este artista solitario si no fuese porque lo han acompañado en su mejor disco Eric Cristóbal –Korg Monotron y estilófono–, Ion Echávarri –batería– y Tamu Évora –bajo–, con la participación puntual del guitarrista Pablo Errea en “Sweethearts & High Ends”. Un disco de cruzamientos clásicos mimados al detalle, melódico a más no poder y gozosamente anacrónico. José Manuel Caturla
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Son artesanos. Realmente buenos en lo suyo. Y aunque sus referentes no sean difíciles de rastrear y remitan a aquel tiempo en el que casi todo estaba por descubrir o por inventar, hay algo que los hace singulares, prácticamente únicos en la escena estatal. No todo el mundo es capaz de armar un álbum de doce canciones cuyo título tan solo admite una palabra, compuestas de materiales nobles pero sin caer en una plomiza redundancia. Y gran parte de culpa la tienen la variedad y el dominio que muestran: puede ser una trompeta, un teclado, una tuba o una guitarra eléctrica los que capitalicen los momentos estelares de diferentes canciones, captando la atención del oyente. Carlos Pérez de Ziriza
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Rigo persigue más confirmarse como rarita del pop patrio, verso suelto entre tanto predominio urbano, influjos club y actualizaciones folclóricas, que consolidarse como hitmaker. Está ahí el atino melódico con canciones en general pegadizas, pero este es un disco que pone la atención en otras cosas, excéntrico e histriónico, operístico y eurovisivo, ácido por momentos y hortera, que además maneja con inteligencia el lado oscuro de ese modelo aspiracional de normalidad familiar y wealthness. Tiene algo de ansiolíticos, de descojonarse con las pupilas dilatadas mientras arde la cocina, de maridos que se enrollan con secretarias y de hijos que ya no te hacen ni puto caso. Diego Rubio
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Progresiones en forma de grandes brincos. Evoluciones que pasan pantalla a la velocidad de la luz. Big bangs estilísticos que obligan a preguntarse qué va a quedar pendiente de cara al futuro. Si parpadeas te lo pierdes, y puede que sea este frenesí contemporáneo el que obliga a artistas como Queralt Lahoz a tocar todos los palos imaginables a la altura del que solo es su segundo álbum, a casi cuatro años del primero: es este una suerte de disco ómnibus, al estilo de las últimas entregas de Rosalía o Beyoncé. De los que tanto abarcan que al final uno no termina de tener claro dónde concluye la atinada polivalencia y comienza la dispersión, si es que es posible discriminarlas. Carlos Perez de Ziriza
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La base de Yawners ha sido siempre clara: el power pop de los noventa, el indie rock de The Lemonheads y The Breeders, las guitarras de Superchunk. En ese sentido, el álbum no reinventa el género, pero tampoco se conforma con una reproducción mecánica de lo conocido. “SUPERBUCLE” es un paso hacia una producción más cuidada, más sofisticada, que remite a bandas actuales como Alvvays y Charly Bliss, pero que nunca pierde la esencia de un sonido crudo y directo. Es un trabajo que no se ve obligado a ser maximalista, sino que demuestra que hay belleza en lo sutilmente refinado. En un panorama musical saturado por el revival no busca imponerse con estridencia, sino afirmarse con precisión. Laia Marsal
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El tono contralto de Mur la ha hecho merecedora de previsibles comparaciones con Nico, aunque el abanico tímbrico de la joven artista es bastante más florido, como se observa en la pieza homónima de “Neu Om”. Otro corte simbólico como “Mutante”, esta vez sobre las ventajas de no revelar la identidad, podría alinearse con el folk electrónico de tintes aflamencados que practican Maestro Espada. El álbum refleja el amor de su autora por la música religiosa presentándose como una especie de códice creado entre lo sacro y lo profano, lo antiguo y lo moderno, lo rural y lo urbano, lo imaginario y lo real. Un excelente disco de estreno que le sirve para aflojarse los corsés más academicistas. José Manuel Caturla
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Años de silencio y reflexión y un feliz infortunio –el teclista de la banda, Artur Tort, no llegó a tiempo para grabar y decidieron prescindir de los teclados– es todo lo que han necesitado El Petit de Cal Eril para arribar al feliz traqueteo de “Ara no sé què dir-te” y desparramarse con el zumbido de guitarras de “Tantes vegades”, el impetuoso arreón de “Totes les lleis dels homes” y el brillo radiante de “Riu avall”. Dream folk sedoso, pop sin demasiadas alhajas y canciones de fino alambre dorado en primer plano. Una pizca de Talking Heads como de andar por casa, el fantasma de “Blackwater” agazapado en una esquina y la mano del productor Luke Temple aportando frescura al conjunto. David Morán
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Lo más devastador de este disco no es su rabia, sino el amor que lo atraviesa. No un amor bonito, ni de película, ni de frase en taza. Un amor que se rompe, que tiembla, que se entrega igual aunque no haya garantías. Musicalmente –con aportaciones de Ángel Kaplan, Víctor Herrero, Mike Kenney y Justo Bagüeste, entre otros–, el disco es tierra mojada, cuchilla y caricia a la vez. Rock sucio, folk desgarrado, cuerdas que lloran. Nada suena pulido, todo suena verdadero. Las canciones no acompañan, sostienen. Cada acorde abraza como quien está a punto de romperse, pero aún aguanta. Y esa es su mayor belleza. Lo político no está en la consigna, sino en su forma de sentir. Laia Marsal
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Esta propuesta funciona con equipo mínimo. Ricky Lavado se encarga de toda la batería, y la conexión entre ellos le devuelve al álbum ese pulso tan suyo de los primeros años. Leia Destruye aporta coros en momentos puntuales. Estamos ante uno de los mejores letristas del país, capaz de capturar una emoción precisa con una frase. Así transcurren los 27 minutos de esta nueva entrega: pidiendo calma, silencio y una sensibilidad despierta. Su escritura condensa lo real, la conexión con la naturaleza y el entorno. Pero aquí lo importante es que nosotros también “ocurrimos lejos” cuando suenan estas canciones, aunque por fuera parezca que no nos hemos movido ni un milímetro. Ana Dara Peña Giraldo
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Lo más interesante que desprende el trío donostiarra es su identidad fragmentada. Dentro de una misma canción, vemos cómo conviven constantemente sus voces en euskera y castellano, femenina y masculinas, gritando y susurrando, naturales o tratadas con todo tipo de efectos. Hay una especie de cualidad poshumana –siguiendo el término acuñado por Simon Reynolds– que vendría asociado a esa manipulación de las voces, a su propia imagen (un poco de cíborgs) y a su sonido maquinal. En el fondo, hay también una sensación de vulnerabilidad realmente honesta, como la que muestran en “Lotu zure txakurrak”, donde el protagonista se echa atrás en su intención inicial de lanzarle un beef a alguien. David Saavedra
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Desde el pasado verano solamente “Juvenil” nos había anticipado lo que se venía, interpretada y producida junto con LeChatelier y compuesta a trío con Jimena Amarillo. La producción de LeChatelier también aparece junto con la del colombiano Luca Durán en la derrotista “Llora que llora” y con la del ceutí mori en esa lucha interior que demuestra “Peléame!!!”; así como Dinamarca en “Evangelion”, compuesta e interpretada por M. M. M. junto con la también chilena Javiera Mena, quien también factura el homenaje “I Gotta Feeling”. Un diario para bedroom producers’ lovers, broken queer hearts, aesthetics capitalinas o residentes en Capitán Demo/Playz y admiradoras de la sonoridad made in rusia-idk. Miguel Tébar A.
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El nuevo álbum de Depresión Sonora no es una confesión, es una autopsia espiritual, una conversación entre el yo que recuerda y el que intenta seguir viviendo, un acto de supervivencia donde el miedo, la identidad y la memoria aprenden a vivir ensamblados y caminar sin borrar nada. Su música mezcla el post-punk más sombrío, que nos transporta a la etapa más oscura de The Cure o a aquella frialdad emocional de Joy Division, con un tono existencialista; es un sonido que, más que buscar la perfección, parece buscar sentido: un viaje interior hecho de ruido, memoria y emoción. Laia Marsal
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Después del sorprendente debut –“Grande Amore” (2021)– y el difícil segundo disco –“II” (2023)– y las peculiares portadas de ambos, a lo banda de heavy satánico escandinavo, el tercero –“III”– vuelve a subir el listón de calidad del grupo, como unos Mondo Duplantis del rock underground. Grande Amore te atropellan con una violencia punk que pocos se esperarían. Su propuesta no es tan suburbial como el punk calimochero del rock radikal vasco ni se puede visualizar como gamberreo cachondo a lo Siniestro Total. Son la tercera vía: una propuesta de punk arty que apela más al intelecto que al frenesí fiestero. Y eso no sé si en este país puede llevarlos al éxito que merecerían. Jesús Rodríguez Lenin
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Aquí marcan una gran distancia conceptual con el resto. Si otros se inspiran en sonidos de las últimas décadas del siglo XX como el punk rock, post-punk o indie rock con cierto respeto formal, La Plata, como oyentes inquietos y eclécticos que son, lo filtran todo por un tamiz contemporáneo que los acerca de algún modo a artistas de otros géneros como el trap o el dubstep, en conexión directa con el presente. Así, aunque en la hoja promocional de su sello se cite el grunge noventero como referencia y se aprecie en algunos temas como en el que abre –“cerca de ti”–, los guitarrazos secos se sitúan por detrás de un velo que difumina el conjunto y le otorga un carácter etéreo y distante. Pepe Nave
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Tiende a la luz, pero esconde por el camino otros guiños tan poco “puristas” como la petenera, ese cante proscrito del flamenco, “Alma no salgas del cuerpo”, donde la nueva Terremoto emociona desde su raíz andalusí con sentimiento, elegancia y la modernidad de apenas dos notas al sintetizador. A partir de “Soñé que la nieve ardía”, una soleá llena de dudas, sueños y paradojas, se abren paso los verdiales, un levante, alegrías, el tango rumbero de “Miraíta” y las bulerías de “Reina” como colofón de un “Manifiesto” personal que conserva el sonido cristalino en sus ocho piezas autorales indisolublemente unidas al repertorio de embrujos y quejíos que nutren esta música vernácula. José Manuel Caturla
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EZEZEZ publicaban en mayo su tercer álbum, “Kabakriba”, algo así como el certificado definitivo de que estamos ante una banda importante y puntera, con un discurso propio y lleno de talento, algo que corroboran, y de qué manera, sus incendiarios conciertos en directo, que más de uno, así a grosso modo y tirando para casa, quiere ver como una colisión entre Atom Rhumba y Negu Gorriak traídos al día de hoy. Lo que sucede con “Kabakriba”, acrónimo de “Katuzaldia baino kriatura baganagoak” (“Criaturas más extraordinarias que Katuzaldia”, en relación al anterior álbum), es algo mayor, más libre y osado, y uno de los discos más sobresalientes del panorama estatal. Javier Corral “Jerry”
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En los canarios existe otra corriente discontinua que parte del rock indie, pasa por el shoegaze y recala en el llamado dreamcore. “No sueltes lo efímero” –¡qué remedio!– culmina un proceso de veinte años levantando una catedral neogótica –sin incienso– colmada de medios tiempos, guitarras de aceleración y sintetizadores que embellecen su distinguido muro de sonido. El lirismo desgarrado, en absoluto exento de imágenes positivas y emociones esperanzadoras aunque partan de una convicción existencial que parece negar la trascendencia, encuentra un balsámico contrapunto en las melodías que componen y que se inscriben en los cánones más ortodoxos del género. José Manuel Caturla
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“No lo volveré a hacer” es un disco posruptura, basado en hechos reales (las tres componentes de la banda estaban pasando en el momento de la composición por momentos personales similares) y que, a lo largo de sus doce canciones, va mostrando diversas fases de su duelo sentimental: de la angustiosa soledad y el impulso cortavenas de la inicial “Un secreto” al comienzo de la asunción de “Aunque duela”, del principio del sentirse bien después de sentirse mal de “arghHhh!” a la autoexploración con autoengaño de “Mantra” (cuyos gritos finales de “¡No lo volveré a hacer!” en plan riot grrrl es uno de los puntos culminantes del disco y, previsiblemente, de sus conciertos). David Saavedra
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Es un disco que siempre tiende a la austeridad, la artesanía y la crudeza. Joaquín Pascual, si se tiene que rendir, lo hará siempre desde el filo de la ironía burlona. Quizá sea “El caos” la que esgrima mayor tensión eléctrica, mientras en el cierre de “Tenías que elegir” casi se transmuta en su coetáneo y añorado Josetxo Ezponda de Los Bichos. “No hay nada que hacer por el romanticismo” se maneja también desde un lirismo reflexivo e íntimo que se cuestiona los momentos de dicha con una sombra permanente de recelo, que en “La felicidad” rastrea la desazonada paz del Lou Reed de “The Blue Mask” (1982). Javier Corral “Jerry”
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La productividad de Serra no se atiene a cálculos ni corsés. Siente, piensa, compone, graba, publica. Tiene plena confianza en Foehn y Foehn la tiene en él. Este es su decimoprimer trabajo desde 2012. La única constante es, quizá, la renuencia a repetirse. Cada nuevo paso nace por oposición al anterior. Retiene la virtud de lograr que hasta la confesión más aparentemente accesoria suene trascendente. Por mucha desnudez instrumental que luzca, nunca amodorra al oyente. Su economía de medios no se traduce en monocromía. El músico balear tampoco necesita ser demasiado explícito, porque este disco es el correlato sonoro de su tercer libro, titulado con el mismo nombre, “Consolacions”. Carlos Pérez de Ziriza
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Bart Davenport, William Faler, Darsan Jeshrani y Eugene Lemcio (North Satellite) integran la nómina de mezcladores de un álbum que es lo suficientemente homogéneo como para transpirar unidad y lo suficientemente plural como para no aburrir. La calidez se acrecienta en la recta final con la sensacional “Si la brisa es buena”, surtida por un deje tropical que no hubiera desentonado junto a un hit de Matt Bianco o Swing Out Sister, antes de que la conmovedora “Autoficción” nos haga bajar a la tierra con un porte similar al de esos besos con sabor a lágrima a los que cantaban Trembling Blue Stars. Así duele –y también se disfruta– uno de aquellos largos veranos de nuestra juventud. Carlos Pérez de Ziriza
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Lo más novedoso es que Verde Prato se alejó de Euskadi y se fue a grabar a Roma con el productor de techno Donato Dozzy. El influjo de Italia permea de un modo bastante sutil y se traduce en el título del disco (“La vida dulce”, “La dolce vita”). Ese sentido de la felicidad serena se transmite en “Zerua”, con sonidos de viento y agua y una música que emerge purificadora. Parece que hay dos temas troncales en el disco: uno es el mostrado hasta ahora y el otro tendría un trasfondo más político, pero tratado desde lo personal. Sobre una melodía más amable y juguetona, “Bihot irautzaileak” habla sobre la lucha por ser libres, un concepto muy abierto que para ella tendrá un sentido claro. David Saavedra
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El disco nace a partir de “Ecstasis”, un espectáculo de directo que han ofreciendo esporádicamente, al que inmediatamente sumaron a la reconocida escenógrafa gallega Marta Pazos. Puestos a dirimir qué es “Cru+es”, la respuesta no es fácil. Cielo, purgatorio e infierno confluyen como en la visita de Dante a esos lugares, guiado por Virgilio. No es, en absoluto, un álbum de escucha difícil, aunque nadie encontrará aquí estribillos que puedan convertirse en himnos. Sin pertenecer a un género –porque no es ni ambient, ni new age, ni electrónica, ni flamenco, ni música experimental, ni música sacra, ni folk, ni música renacentista, ni mucho menos pop o rock–, tiene elementos de todo ello. Jesús Rodríguez Lenin
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Lorena Álvarez nos abre su corazón, vacía sin desperdicio su mente y entrega su trabajo más personal. Un álbum meditativo, incatalogable, con los pies en la tierra, coherente y variado, luminoso pero abisal con el que desvela ese nuevo amor existencial un poco en la tradición acid folk de artistas como Vashti Bunyan, Donovan o, si me apuran, Van Morrison si le hubiese dado por orar sin dios como Lorena en “Rezo en secreto”. De nuevo un número andalusí que recuerda a los más bonitos de Pedro Burruezo en Claustrofobia con los coros de María José Peña: “Sola siempre estoy, sola siempre voy, yo sola”, y reminiscencias estéticas del David Sylvian de “Secrets Of The Beehive” (1987), portada incluida, como la evanescente “Se me daba cuidao”, que empieza con sonidos Moog en la vena de Jordi Sapena, hasta que aparece otra guitarra flamenca. La budista “Disolver el deseo” podría haberla compuesto y arreglado Leonard Cohen en su época cenobial. Diluir el impulso de la impaciencia para atender a este álbum reflexivo cocinado a fuego lento como los mejores guisos y pócimas antiansiedad.
Si hay algo que resulta de la campechana “El poder sobre una misma”, título con el que este disco de activismo poético interior se cierra sobre sí mismo, es la fuerza de una dulzura afilada que Lorena no puede resistirse en subir a lo alto del campanario, melódicamente, sin dramatismos y por soleá aunque sea desde San Antolín de Ibias: “A veces hay que recuperar el poder sobre una misma porque te lo quitan”. José Manuel Caturla
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Producido por Guille Milkyway, el hombre de La Casa Azul, en “Sirio B” nos encontramos con dos tipos de temas. Entre los más flamencos se encontrarían “Ensoñación Nº 9”, “Vamos a olvidar”, donde Guille y Soleá se marcan un dueto vocal bien avenido de alicatado europop y mucho jaleo cortesía de Las Negris, la rítmica “Gitana María”, uno de los cortes más populares del álbum, o “Mi vida es para mí”.
“El lenguaje de las estrellas” representaría la vertiente espiritual de un disco donde deslindar fronteras tampoco tiene tanto sentido. Es el número que más se acerca a los viajes interestelares de Craig Leon, sobrevolando el Atlas magrebí más que las llanuras interiores de Malí, acompañados de los versos de Federico García Lorca que Enrique Morente y Lagartija Nick adaptaron en “Omega” (1996), antes de transformarse en la bailable “Mercurio y seda”, tercera pieza con la presencia fantasmal del patriarca de los Morente. “Mírame (tengo WOAA)” es una improbable seguiriya jungle de imaginativas recreaciones vocales, técnicas hip hop y sentimientos exorcizantes. Se inspira en otra perla hibridante de Don Enrique, la extática “Mírame a los ojos”, de su álbum “Despegando” (1978). “Soleá del mar” hace bello el Auto-Tune bajo recitado y lluvia breakbeat, aunque todo acaba con la ortodoxia pop de “Amor mío (siento si no estuve allí)”. Si todo esto es fusión, bienvenidas sean las penas, bienaventuranzas y ensoñaciones de “Sirio B”, ahora sí, la estrella más brillante del cielo. José Manuel Caturla
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Recoge el conjunto de pensamientos que empiezan a aflorar cuando perecen la imaginación y la infancia. No solo se concibe a sí misma como mortal, sino que empieza a ver a su madre como otro ser humano con sus virtudes y defectos (“M.A.P.S.”), a cuestionarse la longevidad del amor desde lo saludable (“Tengo un pensamiento”) o a cambiar el paradigma del ocio hacia planes más tranquilos (“Magia en Benidorm”). Dedica también una canción a su abuela (“Despedida”) y ahonda en su herencia cultural, como si la juventud en descomposición le otorgase la clarividencia para verse como alguien más ordinario, como todas aquellas mujeres de su genealogía que hace tiempo estuvieron pensando y sintiendo lo mismo.
Es su disco más personal, o simplemente ella se conoce mejor y, por tanto, sabe definirse con más precisión de puertas para fuera: la realidad es que todos sus trabajos están impregnados de una estética naif e inocente (un “sé perfectamente lo que estoy haciendo, pero pongamos que soy nueva”) que genera una sensación testimonial y autobiográfica que en este, por supuesto, se mantiene. El nuevo LP de la de Pamplona resulta por momentos un compendio de versiones de canciones inéditas de otros, sobre todo en lo que respecta al plano melódico. En el plano instrumental, está el gusto por el romanticismo impresionista de Ralphie Choo en “Visión” o el arpa virtual de Irenegarry en “Ya está”, además de la producción vocal de Amore en toda la grabación. Marta España
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Si algo caracteriza a Andreu es la atención que presta a los detalles de producción. “Vigília” es modélico en este sentido sabiendo armonizar un sonido orgánico, cristalino y consonante con los armónicos de una voz que evita el exceso de manierismos, una tendencia muy común que sirve para erosionar la individualidad del artista. Se enmarca en los modos “minimalistas” de Andreu, maestra en diseñar y secuenciar álbumes con inteligencia. Los temas de este disco, que podría entrar en la categoría de “conceptual”, se van sucediendo en intensidad creciente como la apasionada relación personal que le sirve de foco.
Un ejemplo de ese concepto sensible es “Roja i espessa” con sus bellos arpegios de guitarra acústica y tono intimista. Le sigue “Com puc” añadiendo elementos nuevos, para sorprender a continuación con la renacentista “No té nom”.
“Vigília” conlleva mucho de mundo liminal. El desvelo es lo que tiene, aunque sea por algo dulce y “vigilia” integre un campo polisémico que también expresa víspera, abstinencia o trabajo intelectual nocturno. Todo ello es bienvenido en lo nuevo de Anna Andreu, además de Marina Arrufat y Jordi Matas o la voz sensitiva de Mar Pujol en “Turons”, un tema que aporta refrescantes dosis de mambo a base de teclado rugoso, batería cuatro por cuatro y guitarra eléctrica, antes de cerrar con otro corte impecable, “Any natural”, este disco fundado en una pasión que pide a susurros ser escuchada y descifrada. José Manuel Caturla
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La brújula conceptual del disco es la figura de Lídia de Cadaqués, mito catalán, seudobruja, que Rodés convierte en un prisma autobiográfico. Es un gesto doble de reinvención localista: conceptualmente, Rodés rescata una figura local como Lídia de Cadaqués (símbolo de una Cataluña que siempre ha mezclado realidad y fábula); sonoramente, acude a la rumba catalana, otro artefacto cultural nacido del roce. Rodés somete la tradición a un proceso en el que se diluye con arreglos electrónicos al estilo de Bronquio (coproductor del LP) o El Guincho, melodías frigias que serpentean y atmósferas húmedas que respiran una mística mediterránea muy suya.
Y en medio de todo, la robotización de su voz aparece como la línea más cohesiva del trabajo: colorea la voz en “Pienso en ti” mientras las armonías se desdoblan como si (como todo robot) no fuese la dueña de sus propias acciones. Es ese uso fantasmagórico en el que une la oralidad antigua con la intimidad digital de hoy el que convierte cada capa de sonido en un eco del delirio romántico que vertebra el disco. Aunque hay momentos puntuales donde la impronta tropical o cubana asoma (“Lo que me pasa”, “Vamos a Brasil”, “Otro amor”), lo dominante es un tejido de producciones etéreas que giran en torno a escalas frigias. Lo que emerge es un espacio donde el vals puede convivir con el reguetón, donde la rumba se vuelve vaporosa y donde las influencias de géneros se desbordan, pues todas las voces también suenan como ecos de un deseo desbordante. Marta España
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Si soplo fuera por la voz, Valeria Castro ya podría ser una de las grandes realidades de la canción española de los últimos años. No entraría en la categoría de Mónica Naranjo o Marta Sánchez, sino en las de las personalidades absolutas, desde María Dolores Pradera a Rocío Márquez, pasando por Sílvia Pérez Cruz o Maria del Mar Bonet. Ahora ha llegado el momento del “difícil segundo disco”, el que debería corroborar todo lo apuntado en cuatro años sin tacha… ¡y lo vuelve a hacer!
El disco arranca con “devota”. Musicalmente, no tenemos que situarla en el experimento de inspiración folk, sino en un clasicismo actualizado gracias a los arreglos y la producción a cargo de Carles “Campi” Campón. Y siento haber destacado una canción, porque eso podría hacer desmerecer las demás, cuando se trata de uno de los discos más compensados que se hayan publicado en los últimos años. Aun así tendría que señalar también “parecido a quererte” y “debe ser”. “el cuerpo después de todo”, la que da título al álbum, es otro de esos temas llamados a convertirse en clásicos de su repertorio, en el que también entrará, me adelanto al futuro, “sentimentalmente”, el corte que más puede animar a mover pies y caderas en los conciertos. Valeria Castro es un talento de los que en cada siglo salen muy pocos (en este, en España ya tenemos otro, Rosalía) y se va a enfrentar a presiones que los humanos creativamente menos dotados ni se imaginan. Crucemos los dedos para que nada la aturda ni la deslumbre. Jesús Rodríguez Lenin
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Si “La cantera” (2022) apelaba a una España rural y vaciada y se quedaba rondando siempre los mismos lares, dedicando tiempo a respirar cada brizna y olfatear cada flor, su sucesor parece relatar el éxodo de Guitarricadelafuente en todos los sentidos: un éxodo social y geográfico como el que retrata la magistral “Futuros amantes”, pero también un éxodo sensorial y personal. El valenciano usa un lenguaje menos monumental y más explícito, más callejero y desenfadado, y retorciéndose en él se libera completamente de cualquier limitación, y de cualquier prejuicio. “Spanish Leather” es un disco sensual y sexual, físico, sinestésico, que cambia el naturalismo y la égloga por un hedonismo carnal.
El de Benicàssim lo trufa todo de metáforas sensoriales, de cuerpos sudorosos que casi se pueden tocar. De flores que representan la nostalgia, el arraigo, la delicadeza, la sensualidad y el romanticismo; y de caballos, con sus crines y sus portes elegantes y magníficos, símbolo de potencia, de virilidad, de una pasión urgente, animal e incontrolable, pero también de lealtad y honestidad.
El mayor hallazgo de Guitarricadelafuente en su segundo álbum es haber conseguido no tomarse tan en serio una propuesta aparentemente tan seria, y tan intensa. Algo en “Spanish Leather” me hace pensar en lo mucho que hemos cambiado para bien, aunque a veces no lo parezca, y que quizá es el disco que le hubiera salido del alma a Pablo Alborán si el sistema no hubiera castrado sus impulsos naturales. Álvaro “casi muere en el intento”. Diego Rubio
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Dotado de un velo de motivos dispuestos a ser escuchados y desentrañados si así se prefiere, o sencillamente sentidos a flor de piel, porque esto también es posible, el nuevo álbum de Rocío Márquez es un trabajo complejo y lleno de atrevimiento. El jienense Pedro Rojas Ogáyar ha sido esta vez quien dedica sus guitarras con gran inventiva y sensibilidad a la nueva inquietud estética de la cantante de los ojos azules.
“Ausencia - malagueña” es una bonita malagueña moldeada a base de melancolía, andalucismos y otros radicales libres. Punteos guitarrísticos que parecen descender como cencellada refrescante reaparecen en la delicada guajira de “Vuelo - guajira”, donde el señor Rojas forja la melodía con ingrávidas impresiones seudocountry. “Aire - tangos” o “Sombra - soleá” contribuyen a la idea de “Himno vertical” como réquiem flamenco en contraste con temas más energizantes como “Apariencia - fandango” y “Arde - seguiriya”. Todas estas piezas “retromodernas” tienen la propiedad de conservar la naturalidad que le viene de cuna al género, la del arte como consuelo, y suponen la vuelta de Márquez a los dominios de la guitarra ligada a las percusiones minimalistas de Agustín Diassera, la belleza del chelo de Isadora O’Ryan, la producción cristalina de Jordi Gil y las letras de Márquez, cuidadas por la escritora Carmen Camacho, con la presencia críptica de Shakespeare, Schiller y Juan de la Encina en los rincones más ocultos del álbum. José Manuel Caturla
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Es un disco donde la producción electrónica parece buscar su propia humanización, y en el que Ruslán Mediavilla, desafiando a su software en un tira y afloja que podría ser romántico, hace valer las grandes melodías y los formatos más clásicos de canción. La mayor sorpresa de “DAISY”, en cualquier caso, es que esos mismos universos, completamente oníricos y rozando siempre la irrealidad, pueden hacerse de algún modo muy físicos en el sentido de la tradición bailable de la música negra.
En “pink + pink”, por ejemplo, una melodía renacentista flota en el aire entre gélidos coros fantasmagóricos, pero la instrumental tiene más el espíritu de un purasangre de nuestra música urbana en contacto con los bajos de Timbaland. Y mientras Ravyn Lenae ofrece en su parte puro R&B dosmilero, Ruslán parece en su estrofa Dellafuente. La figura del granadino y una conexión en este caso sutil con la música brasileña se refuerzan en “Johnny Glamour”, una samba que samplea a Las Ketchup en la que deja entrar flautillas andinas, o en la motorizada “SUCKKKK!!!”, divertido delirio de agresivo rap experimental –entre Arca y Death Grips– junto con La Zowi, que interpola pitcheadísimo el “Papi Chulo” de Lorna. “malibU”, en otro extremo, convierte lo que parece un atardecer en París en un merengue urbano de aires melancólicos que podría haber cantado Sen Senra.
Los dos minutos de “KINKI FÍGARO” quizá dan con la clave desde el arranque mismo, como la figura del gorila en la portada: inteligente, sí, pero también un poco básico. ¿Por qué no? Diego Rubio
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Con su cuarto álbum, Rosalía se pasa por el forro del hábito místico-orquestal cualquier expectativa que cupiera albergar sobre su imprevisible deriva artística tras el arrebato hypertodo de “Motomami” (2022). Aunque “LUX” pueda compartir algo de sustancia lírica e iconográfica con “Los Ángeles” (2017) y “El mal querer” (2018), opera en unas coordenadas temáticas, instrumentales y sonoras muy distintas. Es un disco apabullante en su estructura, método narrativo y resolución sónica que, apelando a un proceso de redescubrimiento espiritual, describe una transformación relacionada con lo terrenal, lo cotidiano y lo tangible.
En “Divinize”, conjuga catalán e italiano sobre cuerdas y ritmos de inspiración homogénica. “Mio cristo piange diamanti” combina registros copleros y activa el gen soprano de su privilegiada garganta. “Mundo nuevo” conjuga versación flamenca y fraseo coplero. “Dios es un stalker” tiene cadencia aflamencada, piano tumbao salsero y sedosas cortinas de cuerda. “La rumba del perdón”, que trae a primer plano esa flamencura que tan bien se le da, entre jaleos y nonainos, en un relato de traiciones y obsesiones. Los últimos pasos de Rosalía hacia la iluminación –inerme y agradecida en “Magnolias”, envuelta en un fino sudario orquestal mientras tañen las campanas– conducen al destino que nos iguala con un deseo de reconocimiento, celebración y lealtad, antes de regresar al lugar del que todos venimos y al que todos, más tarde o más temprano, volveremos. César Luquero
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1986 El Último de la Fila Enemigos de lo ajeno / 1987 Claustrofobia Repulsión / 1988 Pata Negra Blues de la frontera / 1989 La Granja Azul eléctrica emoción / 1990 Os Resentidos Jei / 1991 Negu Gorriak Gure jarrera / 1992 Albert Pla No solo de rumba vive el hombre / 1993 Negu Gorriak Borreroak baditu milaka aurpegi / 1994 Cancer Moon Moor Room / Family Un soplo en el corazón / 1995 Beef Tongues / 1996 Superelvis Happiness Is Stupid / 1997 Morente & Lagartija Nick Omega / 1998 Los Planetas Una semana en el motor de un autobús / 1999 Andrés Calamaro Honestidad brutal / 2000 Sisa Visca la llibertat / Vainica Doble En familia / 2001 Nacho Vegas Actos inexplicables / 2002 Nosoträsh Popemas / 2003 Refree Nones / 2004 Josele Santiago Las golondrinas etcétera / 2005 Sr. Chinarro El fuego amigo / 2006 Sr. Chinarro El mundo según / 2007 Los Planetas La leyenda del espacio / 2008 Joe Crepúsculo Supercrepus / 2009 La Bien Querida Romancero / 2010 El Guincho Pop negro / 2011 Lisabö Animalia lotsatuen putzua / 2012 Hidrogenesse Un dígito binario dudoso. Recital para Alan Turing / 2013 Za! Wanananai / 2014 Single Rea / Sílvia Pérez Cruz & Raül Fernandez Miró granada / 2015 Niño de Elche Voces del Extremo / 2016 Malandrómeda Os corenta e oito nomes do inimigo / Cada can que lamba o seu carallo / 2017 Rosalía Los Ángeles / 2018 Rosalía El mal querer / 2019 Kiko Veneno Sombrero roto / 2020 Soleá Morente Lo que te falta / 2021 Maria Arnal i Marcel Bagés CLAMOR / 2022 Rosalía Motomami / 2023 Rodrigo Cuevas Manual de romería / 2024 Alcalá Norte Alcalá Norte ∎